Las Palmas ha resultado ser
tierra de promisión. Dos inolvidables visitas en un año, amigos,
acontecimientos sumamente interesantes, mejor conocimiento de ámbitos
intelectuales y posiciones críticas, voces discordantes y combativas,
desdeñosas de los estados de opinión
fáciles, trasnochados, sudorosos.
En la capital natural visitamos la librería de viejo que
tenemos localizada, me proveí de Blas Cabrera (artículos de la Revista de
Occidente) y Fray Lesco (editado en 1954) en cuanto a literatura canaria, y de
un libro del Sáhara que ya tenía a pesar de dudar si lo tenía, y de una novela
sobre el Sáhara (pensé, desde el comienzo, que había que leer ficción, porque es parte del metarrelato. Si este se da en
libros históricos o documentos periodísticos cómo no se va a dar en la ficción,
con más motivo).
Ahora guardo los
libros que voy pillando de la zona. Mi
puente de estos días ha tenido como fin la improductividad más productiva, quería cortar con el trabajo y
darme un descanso psicológico y físico. Al final soy lo bastante neurótico como para
sustituir una actividad nada relajada por otra
igual de absorbente. Hago lo que me evita un desasosiego mayor, de entre
dos tipos de ansiedades: no hacer nada o sumergirme en temas, elijo la más benigna, como un santo grial, una utopía, si bien lo
sublimo a buenos fines. Con todo el tiempo que he perdido en mi vida… (de joven
que es cuando hay que perderlo).
El martes a las 12 empecé el puente, de milagro. Compré más
libros canarios y pillé una joya sobre Emeterio Gutiérrez
Albelo. Conversando con el librero te haces la más exacta radiografía del
momento literario en la isla del surrealismo más puro. Como en Las Palmas con
muy ilustrados sobre el Sáhara.
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