A cuenta de los aranceles de Trump ha tomado impulso la realidad determinante de la globalización en todos los órdenes, aunque eso no afecte en nada a la disputa teológica: universidad pública, antiguo canon católico; universidad privada, la herejía. Lo público como concepto (enseñanza, sanidad) es absoluto, su gestión, eficiencia, competitividad forma parte de la execrable, por conducta pecaminosa, “cultura del esfuerzo”, y tanto, que denuncia con toda razón la tan poca esforzada izquierda: Montero, Belarra y medio hemiciclo con CV muy desnutridos e intervenciones semánticamente de párvulos. A lo que cualquier análisis sociológico e histórico otorgaría evidencia científica, como gran signo de la égida de progreso. Shanghái todos los años nos recuerda esa globalización minuciosa y sustancial, que constituye el gran referente de las universidades y en la que la distinción público- privado no se contempla, porque grandes universidades internacionales son privadas. Y debe ser por algo. A pesar de ello no ha merecido la atención de nadie, en el juego de sustracciones en torno a la pureza diamantina de lo público (sólo concepto refulgente y solar) frente a la corrupción de lo privado: lucro, negocio, compraventa, y pancarta, canturrean. Conforme a la vieja pureza moral de la España eterna. Nos hemos podido enterar de que toda la formación académica del presidente de progreso y doctor ha sido en la privada, aunque no en Harvard, ni en Stanford ni en Yale (privadas).
![]() |
No hay comentarios:
Publicar un comentario