martes, octubre 22, 2024

El Día (Tenerife): Juan-Manuel García Ramos, el otro taller literario


En los años 70 surgió lo que algunos dieron en llamar el bum canario de la literatura, una réplica sismográfica del bum latinoamericano cuyas olas alcanzaron las costas canarias. El Atlántico, un mare nostrum. Se acuñaron obras icónicas y se encumbró a una pléyade corta de autores. La novela y ser novelista, se tenía como la quintaesencia de la literatura: “construir una novela” como una ingeniería, y la depuración de los mayores atributos, como ascesis profesional. Hay una idea bastante colectivista aplicado a una función muy individualista (la literatura), consistente, antes de que el tiempo, críticos, estudios pueda decantarla, que es la de generación. El optimismo elevado a triunfalismo.

Se siguen sirviendo novelas por los novelistas, pero los escritores más originales; Ricardo Dudda, Sergio del Molino, Ignacio Peyró, Jorge Bustos, Daniel Gascón, David Gistau, Manuel Jabois son escritores que desde el comienzo no escriben novelas, frente a los que la abandonaron o transformaron esencialmente en auto ficción o cruce de géneros. Ahora se sabe que la ficción va mucho más allá de la llamada literatura de ficción: Javier Gomá llama a la filosofía, ficción de conceptos. La inventiva, heurística, fabulación admiten y reclaman variaciones y combinaciones, que por mucho que puedan cambiarse no implican originalidad, sino variaciones, posibilidades de un mismo marco y forma abierta. Según sé, de su generación y otras, Juan Manuel García Ramos, ha modificado ese marco y reglas de juego, y ha perdurado. Como ensayista, y en concreto su acuñación de la atlanticidad, es de una talla ideológica o teórica de extrema originalidad y audacia, aunque muy difícil al combinarlo con la praxis política, como ha hecho él. No rescata los esencialismos al uso (que descubriera), sino que se apoya en ficciones muy complejas.

Ahora, en la ficción nuevamente, tras la inaudita novela El Delator, en la que abrió a la ficción, con graves imputaciones y autor interpuesto, hechos históricos; supuso la apertura moral y desparpajo en el hacer literario, total libertad, en este caso enseñando (por cierto revuelo armado) a ensanchar los límites elásticos de la moral literaria en la ficción. Que no bastaba que fuera presumida, que al parecer había que enseñar. En El aperitivo infinito, deliciosa obra de 97 páginas, sólo contiene diálogos de tres eminentes profesores (reales también como en El Delator) de La Laguna, y una admiradora vigorizando tenues tensiones de la vejez; y un solo acto.

Una Tertulia de Nava con predominio de cierta frivolidad, el hedonismo oral por (imagino) la contaminación juvenil continuada vivida. La semblanza intelectual más certera y animada de la ciudad reciente; lógicamente, la ficción si no supera la realidad es capaz de condensarla.

No hay comentarios: