Descubrí a Peter Handke en una librería de la plaza del Castillo de Pamplona en 1996, agosto, y me abrió un mundo insospechado: me encontré con todo lo aparentemente anodino y cotidiano a lo que no había prestado atención o despreciado, bajo una dimensión muy distinta, más que poética, porque lo superaba, literaria. En el mundo estaba la literatura, al lado, no en los escritores y círculos de afligidos.
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