Va sobre Armenia, en tierras del Cáucaso y del monte Ararat donde quedó varado el arca de Noé, desde allí escribió un precioso libro el gran Pushkin: el más grande de todos, habiendo tanto donde elegir con los rusos, la gran potencia literaria mundial. De adolescente leía a Dostoievski que había en casa, experiencia aún hoy vívida para mí.
Me dedico a mi libro de memorias por llamarlo de alguna forma, que en absoluto lo es porque ni yo ni mi vida damos para ellas, por lo que más incitante es el reto, experiencia de una vida vivida con insistentes referencias y algo desdoblada, tomada desde ángulos poco convencionales, ni pacíficos ni conciliadores, con la vista/acicate puesta en mi inesperado retorno (discontinúo) al país vasco, que lo ha alterado todo. Ha sido la catarsis, debía reflexionar en alto. Sería como el colofón a Vasca cultura de altura: regreso estético a Oteiza e Ibarrola.
Lo que me impulsa a la hora de escribir es si aporto algo, alumbro o apelo a zonas oscuras, no focalizadas, prescindidas. Aquí es más difícil porque se trata de mi, y de mi oscuridad e irrelevancia se parte. Ahí su dificultad.
Sergio Barce con su crítica de mi libro Tánger y Melilla confrontadas: otros sesgos simbólicos y literarios me ha animado a seguir con ese segundo libro sobre Tánger que lo tengo muy avanzado, me faltan libros, lo que limita mucho. El tercero es otro retorno al Sáhara.
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