Hay un concepto fundamental en este arúspice del kindergarten, que es la voluntad general, un concepto, nominalismo sin más: todos. Ocurre que todos o lo general sólo puede ser acción y operativos si alguien los representa, aunque al margen de procedimientos, por asignación/auto asignación. En el S XIX hubo aquella nómina de revolucionarios y nihilistas rusos como Belinsky y Netchaev y una organización que se hacía llamar Voluntad del Pueblo, que inspirarían la obra Los Justos de Albert Camus. Es muy propio de la izquierda que en su pathos anide la confianza en que grandes energías y fuerzas impersonales –el anhelo de lo poderoso, omnipotente- vayan empedrando el camino de la redención, el socialismo, una dirección única ya marcada. ¡Qué otra cosa era el materialismo histórico! Que, como Hegel, encaminaba la historia a su definitiva plenitud. Ni Cristo Rey.

Esas voluntades generales son características de la izquierda, incluso en su versión fragmentaria posmoderna. Aunque Marx en el Manifiesto Comunista se refería no a las clases ni a las masas, en el estadio último del comunismo, sino al individuo: pescador matinal, artesano vespertino, pensador nocturno. Él sería el definitivo emancipado.

Lo lógico es que se hubiera avanzado en la emancipación del individuo concreto, de todos y a cada uno de ellos sin que grupos o sectas trataran de pastorearlos como abstracción. La única democracia verdadera (un hombre/un voto) es la representativa, el puntual mandato de representación temporal. Que grupos, mentalidades, aspiraciones de clara inclinación totalitaria, se reclamen democráticas, que no es del todo una usurpación, sí del todo una estafa, como aquellas “democracias” que negando a las masas su composición individual, idearon las comunistas democracias populares: el ente Pueblo gobernado por la oligarquía dirigente. Después han aparecido otras democracias encargadas también de la representación genérica. Son las democracias participativas o plebiscitarias restringidas al círculo de organismos de base movilizados, adictos y sobradamente recompensados. La pulsión totalitaria, que tan bien estableció Rousseau para poder rescatarla de la iglesia y el absolutismo con barnizado laico, se comba y ruge con el 8-M. Resulta muy falaz que la consorte ministra Montero y marginales catapultadas puedan representar a las mujeres todas, ni que por sí solas no se valiesen, ni progresaran. Estas digo.