miércoles, julio 15, 2020

Mi confesión sobre Tánger

Disconforme por  escribir la suma oficial de lugares comunes, sin salirme del libreto.
A cuenta de que muy pronto aparecerán (¡más!) otros dos libros sobre Tánger, patrocinados por mi, resumo mis pecados.
Dos aclaraciones que he de  repetir, en mis 4 visitas a la ciudad no conocía a nadie y tampoco traté con nadie. Menos sabía lo que se cocía o iría a cocer; para mi era una cuestión solo mía, que ya no lo es, obviamente. La cala vacía es la playa de Benidorm. El gran significante "Tánger", que tampoco fue una luz cegadora o un susurro envolvente,  una vez descubierta la enormidad de la mitificación, quedó focalizado, como diría mal parodiando a Siri Hustvedt, en los hombres que miraban  a los hombres que miraban a otros hombres no escribir, porque ni lo hicieron, qué básicamente asomaron por allí. Mucho menos que en París o Nueva York y no diré Zaragoza, que vete a saber. Una de las cosas que he descubierto de Tánger, con el libro en imprenta, es el ingenuo moralismo de fondo de los que advierten el pecado, que dicen había, para absolverlo. Lo anotan, y luego lo desdramatizan, cuando nadie lo ha dramatizado. 
Este libro es donde aparecen las páginas corsarias de arriba y que hojeaba por Fer, porque  de principio a fin sale sin parar mi amigo Fer, fallecido el sábado pasado. Y yo presumiendo de no haber escrito nada sobre Tánger, cuando no fui más que un loro.
No son sus aventuras de juventud más abajo apuntadas, sino nuestras pulsiones hedonistas y bohemias, todavía no superadas, ya avanzada la cincuentena. El haber sido jóvenes de  radicalizada juventud  anímica  y temperamental, te prolonga mucho más.

No hay comentarios: