¿Responsabilidad o fuerza mayor?
La responsabilidad
objetiva significa la imputación a un sujeto de los riesgos generados por su
actividad, siendo culposa la acción u omisión generadora; y está omnipresente
entre empresas, particulares, profesionales, etc. De la inmensa mayoría de los
daños se responde en vía civil o penal. El brote del coronavirus es un hecho
posiblemente inevitable, incluso su propagación, pero no su forma y alcance, ni
la utilización de armas y estrategias para evitar o limitarlo. No es fuerza
mayor, porque es un proceso jalonado de un sinfín de acciones y omisiones, de
influencia drástica en los resultados. Pandemia comparada.
Desde el mes de enero de 2020 el gobierno sabe de la
gravedad de la epidemia. Por la OMS e instancias internacionales, por
reconocerlo el ministro Duque creando un consejo, y también empíricamente. Lo
sabían por los repatriados de Wuham y por el alemán de La Gomera, sometidos a
drásticas cuarentenas. Atesoraron más casuística en febrero con el hotel de Las Américas, sabían
bien con que trataban porque tuvieron encerrados a mil personas quince días.
Mientras actuaban así, inexplicablemente el gobierno y sus medios televisivos
se reían de una gripe irrisoria. El gobierno no quería desenfocar su política
de progreso con la actualización sectaria de la guerra civil, con la que tan
urgentes e históricos pasos había dado, desentierro de Franco y de cunetas eternas
¡qué paradojas asesta la vida! Pero la joya de la corona, el acto más
celebrativo, el hito histórico era el advenimiento inminente de la sociedad
feminista desde una pasarela infantil y exhibicionista, en una sociedad de
millones de mujeres que copan la enseñanza, justicia, sanidad y otras que con coraje extraordinario
sacan adelante a sus hijos. Franco y el
8M eran imperiosos, eran el altar de su política y no tenían precio, cualquiera,
máxima urgencia: “va la vida en ello” (Calvo), otra paradoja siniestra. Lo
seguían sabiendo el 8M, algunas ministras llevaban guantes y entre brincos ministeriales y consortes se
advertían entre ellas: ¡No Besar! Luego
ya vino el estrépito, retrasos encadenados, creación tardía de la comisión
científica, negligencias, ocultamientos, errores, mentiras, ineptitud pura,
estultas homilías de posado megalómano, violación de la cuarentena, cobijo en
la Privada, contumaz desprecio a la oposición y coacciones a la libertad de
expresión buscando el silencio total. Si toda esta desolación pasara a los
juzgados habría una pormenorizada relación de hechos/omisiones acaecidos, ajena
a la verbosidad venezolana.
Aunque los cadáveres sean fríos guarismos para
desmaterializar la tragedia, los resultados hablan solos, acumulamos records de
números y sanitarios contagiados. Es imperiosa
la responsabilidad legal (no “política”), que debe extenderse a los “gestores”/responsables
públicos.
JOSÉ MARÍA LIZUNDIA
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