Te pones a leer a los
rusos y piensas que la literatura rusa es un mosaico de escenas,
personajes, forma de vida sumamente peculiar y que por su pureza y vigor solo
puede ser literario. No así las tormentas de nieve y el riesgo de congelación.
Las descripciones de éstas de Tolstoi y Pushkin son casi idénticas. Será porque así son la experiencia de las mismas y las referencias visuales y físicas. De
adolescente leí a Dostoiesky, porque en casa había varios libros de él, que se me quedó grabado. El mundo
verdadero y el ser humano profundo eran como los describía Dostovyeski, la
realidad del colegio no era más que un
amaño superficial, cartón piedra,
no tenía nada que ver.
Dostovyeski sí que era colegio.
La gran literatura aúna conocimiento de la vida y experiencia,
porque muestra los resquicios de la vida
que no se expresan, que están subyacentes y parecen irrelevantes, pero no lo son, sino
cargados de significado, de verdad prosaica –la verdad no tiene porqué escribirse
con mayúsculas-, y a la vez te hace
experimentar, explorar grados o ángulos
emocionales de tal intimidad, que no es
solo tuya sino fibra humana esencial aunque recóndita, que alcanzas y que
de ninguna otra forma lograrías.
El viernes
compré el Diario secreto 1836-1837 de Alexander Pushkin (mi gran Alexander siempre será
Herzen). Por cierto, se tuvieron
que conocer, Pushkin estuvo relacionado
con los decembristas de 1825. Ni fue ahorcado ni padeció Siberia como los
jóvenes oficiales ilustrados rusos de aquel movimiento. Murió en un duelo. En
el primer relato de Historias de Belkin parodia uno.
Ese diario que tardó 100 años en publicarse por voluntad del
autor, narra episodios todos ciertos de la sexualidad desbordante del escritor.
Apollinaire parece un émulo. En la Rusia zarista de comienzos del XIX, las pasiones, de propensión perversa, se expresaban de forma similar al porno
actual. Suponía (yo) mayor coerción.
Todo lo que narra es verídico, tanto que el libro se puede
leer en Wikipedia poniendo “Pushkin”.
ABAJO LES RECOMIENDO UN PLATO SENCILLO
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