El miércoles no encontré el Eugenio Oneguin de Pushkin
pero el jueves sí, a cambio compré al gran Tolstoi y a Gógol. La
sonata de Kreutzer e Historias de San
Petersburgo. No imaginaba que llegaría a leer a Gógol, pensaba que para mí
siempre permanecería como nombre de
escritor ruso. A este paso leeré
e Lérmontov.
Si leo para escribir un libro y he elegido un asunto leo
todo lo que pueda interesar para mi
propósito, y que esté a mi alcance. El motivo de abordar un tema es plenamente
consciente, aquí en absoluto. Esta fiebre rusa que padezco, no puedo atribuirlo
a motivo alguno, y no es la primera vez
que me pasa aunque siempre ha sido más particular: un autor, una familia (los
Mann), un tema…
A Gógol lo encuentro
por debajo de Tolstoi y Pushkin. Algo
alambicado en el tema, pero no al
escribir y que asocio con fábulas y fogonazos, tira de recursos fantásticos un tanto forzados para estructurar los relatos. Tiene la necesidad de rematarlos y ¿cómo se
remata? Pues con bengalas fantásticas. Tienen una cosa en común y es su cosmopolitismo
básicamente francés. De Tolstoi he
rescatado un libro que tenía sobre lo bello. Había empezado a leerlo. La
cultura estética de Tolstoi, por tanto filosófica es extraordinariamente
sólida: Kant, Lessing, Baumgarten,
Winckelmann, Schelling, Fichte, Hegel, los digo de memoria, hay muchos más. Para ser un maestro hay que tener cultura.
El que me ha cautivado es Pushkin, un genio y un personaje
extraordinariamente atractivo, cuya literatura se funde con él. Tan suelto,
novedoso y fresco, desprejuiciado, capaz de introducir formas diversas y mezclarlas,
vitalista, osado, satírico y cínico; se
despliega torrencial para capturar la vida desde muchos ángulos pero siempre
fiel a sí mismo. Gógol se adaptaría a
fórmulas y oportunidades literarias, Pushkin las somete a él, que es el soberano,
a tal punto que escribió en su diario que mataría al Zar Nicolás I por su muy
especial relación con él y su bellísima esposa Natalia Goncharova (apellido también
de aquella pintora de la vanguardia constructivista rusa).
Temía que al ser Eugenio
Oneguin novela en verso no podría con ella, pero más deliciosa no puede
estar resultando, es él, visual antes que descriptiva, hedonista, de escenas de calle y
salones que bullen, y al lado, la vida en el campo ruso. ¡Oh cielos, el
auténtico Parnaso! El libro, de Cátedra, es en ruso y español, de forma que ya
tengo el primer libro bilingüe en ruso, que parece se escribe con andamios y
sobre chapa, y no a mano y sobre papel.
Allí aparece Chaadaev -otro simpatizante de los decembristas de
1825- que no tiene ninguna entrada en
español en internet, y que yo conocía
como a Belinski, cuyo nombre puse
en un libro. Sigue sin aparecer Herzen que estuvo vinculado
a los dos anteriores. Quién si lo cita es esa señora amorosa que es Nadiezhda Mandelstam, y varias veces.
En realidad a parte de Pushkin de quien quería hablar era de la viuda de Ossip Mandelstam, de Nadiezhda
Mandelstam, una enorme y conmovedora escritora que cuenta la vida y muerte de los
escritores rusos bajo el estalinismo, empezando por la de su marido, y todas
las atrocidades, Infamias, crueldades… la ignominia sin límite de que hizo gala
el comunismo, pero eso supondría seguir
con Pasternak, Brodski, Anna Ajmatiova, Gumiliov, Marina Tsvietáieva… para lo
que no hay voluntad.
1 comentario:
Usted y sus excesos.
Le dió el Sahara y leyo todo todo todo; lo mismo cuando le dió por los toreros locales, no hubo literatura "canaria" que no leyera, ...
Claro que los rusos ya es otro nivel. A ese huerto sí que mo me importa que me lleve en un futuro...
Salu2, EDH.
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