El miércoles vino Salmon, un treintañero de Ghana, cristiano
pentecostalista, que dedica hora y media al culto todos los domingos, como no tengo
gente se queda casi una hora, está orgulloso y feliz de ser dentro de 6 meses
español. Envía todo el dinero que puede a su mujer y a hijos, hermanos…
Dice que aquí todo es gratis, incluido yo y se ríe,
y que no tiene ningún problema aquí.
Siempre sonríe.
El jueves al mediodía voy al bar del hotel a tomarme una
cerveza. Me hecho amigo del jefe de barra. Es argentino, hijo de españoles.
Me dice el nombre de una localidad del sur de Buenos Aires, del que le he hablado,
él es de al lado, y yo me muevo por Buenos Aires bastante bien, máxime para no haber estado nunca. Dice cosas muy interesantes
de España y Argentina, cosas de las que no sabía o no había reparado.
A los emigrantes
habría que llevarlos por las escuelas
para que hablasen a los niños. Los emigrantes siempre son los mejores, los más
osados, echados para adelante, capaces…
A mí no me gusta hablar con españoles, quitando amigos y eso
que hablo mucho, sobre todo pregunto, les esquivo en cuestiones por ejemplo de ideas, no me interesa el coro hispano, es más, lo detesto y supongo sus ideas: las opiniones de prestigio.
Los emigrantes son pedagogía,
ellos ven todo como novedad y distinto, mientras que tú como siempre ha sido y te ha precedido, ellos captan todos los detalles,
los puntos nodales de significación y es
gente que con el hecho solo de ser emigrante, marca una altura, un valor que los
de aquí y siempre no tenemos en absoluto.
Me gustaría una España llena de negros, sudamericanos, magrebís, eslavos,
paquistaníes, filipinos… con grupos que limpiaran toda la mugre de este país,
gente con muchos hijos dispuesta a labrarse el futuro y salir para adelante, en una sociedad
multicultural y abierta , en la que prevaleciera la realidad, la vida.
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