No he tenido la tentación
de asomarme al debate en el Congreso. Yo con España tomo mis distancias,
la he de soportar, cuanto más esquinado yo, tangencial ella, mejor. En realidad
son los hispanos a los que no aguanto, salvo en cuestiones menores y de trámite,
en bares, no cuando se ponen serios, grandilocuentes,
creativos y arregla mundos. La única España soportable es la de la pandereta
¡quién me lo iba a decir!
Soy uno más de los
que tienen la firme convicción de que España no tiene remedio, porque no es
normal ni homologable debatir en el Parlamento
a cuenta de la existencia misma de la ley suprema, pasando a irrelevante anunciar en Cortes su
incumplimiento, unos y apartar su cumplimiento, otros.
Las leyes y su vinculación, aún mayor, a quienes les
han dado el protagonismo no se discute, se discutirá su revisión o
derogación, pero no la vigencia y aplicación. Que parlamentos autónomos se
rebelen contra las leyes sobre las que descansan, y enfaticen que no van a
cumplirlas de igual forma que no acatan las sentencias judiciales no ocurre en
ningún lugar civilizado.
En donde mayor se detecta la puerilidad hispana, que
considero el lastre nuclear, es en la idea de legitimidad. La legitimidad para
todo, es como la del niño pequeño que no admite límites en sus conveniencias y
apetencias, y que los transforma en
“derechos”. No es otro el origen de las
titularidades indiscutibles de los interesados. Es una cosa sorprendente. Nadie
parece consciente de su excepcionalidad, arbitrariedad, unilateralidad.
Estábamos equivocados cuando marxistas atribuíamos los males de España la ausencia de
una revolución burguesa e industrial- que además se vio que con sus límites se
había dado-. El asunto es peor porque lo que
siempre es endeble y episódico es
la idea de contrato social. O sea más atrás, a Hobbes , Rousseau, Locke, a la idea
de acuerdo y compromiso de convivencia, de reglas a respetar y cumplir, es lo
que parece siempre ha faltado en Españla de manera honda y definitiva.
El contrato social se encarna en la constitución, la ley autootorgada, el
compromiso de convivencia con sujeción a la ley democrática. No hay convivencia
ni regulación de ésta fuera de la ley.
La ley, y será España el único país europeo en que hay que decirlo, es sagrada.
No hay que haber leído a Habermas o a Apel para saber que la
legitimidad /legalidad es el binomio que
cimenta una sociedad democrática. No hay
legitimidad al margen de la legalidad, y solo hay una fuente de legalidad que
es, como dicen los arriba ciados, el consenso intersubjetivo, la única instancia legitimadora, el acuerdo de
convivencia, la constitución, la norma sobre la que se va a erigir todo el
andamiaje legal
Las legitimidades conforme a su ínsita arbitrariedad pueden
ser todas, con una cosa en común, la falta de sujeción a la norma, por tanto la ley orillada, despreciada, la insurrección, la colisión de todas las legitimidades fundamentadas
solo en sí mismas y ajenas y despectivas de las demás, es la invitación a
todas las colisiones en sus diferentes variantes y previsbles escaladas. Eso es
lo que está al otro lado del muro de la ley.
Avergüenza España también cuando saca su vena creativa, inventora
e inventa un derecho a decidir que no puede llevar ni a la ONU ni al Parlamento
europeo (de qué iban a estar en Las Cortes pudiendo estar NYC) simplemente porque nunca ha existido, no hay autor, teórico,
declaración de derechos, constituciones, códigos legales... que lo recoja. ¿Cómo es
que las mentes más preclaras, los documentos más civilizadores, las grandes construcciones
legales no hayan reparado en ello? Sin embargo que haya muchos hispanos que
consideran serio y democrático el derecho a decidir, es un problema hondo,
antropológico, cultural… ¿por qué será que solo en España se planteen tantas
barbaridades e inventos inusitados…? Un presidente español que decía anteayer
que España era un concepto discutible. !Lo decía el propio presidente!
Escocia es el modelo exacto de cumplimiento de la legalidad,
de la plena vigencia y sometimiento a los tratados
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