El día primero de la boda (semana casi) miércoles se ha producido overbooking, las lanzaderas
para subir a la finca se habrán de emplear a fondo.
Ayer recluté a Yisas para que con los italianos improvisemos
(espíritu Oktober) atenciones a los
invitados, trato familiar, simpatía,
proximidad y algunos platos que se
acometerán con máxima creatividad. Tenemos a Yisas reconvertido en gran chef
que es hombre de recursos, al dueño de
uno de los bares del Palio de Siena,
Antonella que hace eventos, y a
Serena máxima cocinera italiana. Por
cierto, Yisas a sus 60 años va corriendo desde la Playa de las Teresitas, subida
al mirador incluido, hasta Igueste de San Andrés. Y vuelta.
Amparo me dice: Yisas dice que tú sí que caminabas ¿ya no?
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Mariconadas, ayer bajamos andando. Mis grandes
empeños siempre los he orientado a enormidades. De adolescentes, en verano mis
amigos iban al pueblo de al lado en tren y yo iba por monte, cosas así.
A mí los retos oktoberfest me fascinan, pero lo divertido y bueno siempre acaba por ser
reprimido que es lo que me pasó a mí, cuando estaba en puertas de crear un
clásico, al que nadie faltaba y que alguno me reprochó no haber sido
invitado. Me acuerdo de ir con Kamenev a Alcampo a horas en que nunca estoy en la
calle a comprar botellas y viandas, con idéntico espíritu que los guateques. Con
Los Brincos también.
Correo de mi hermano.
Querido hermano: deseaba regalar a los novios algo de nuestra tierra: una
mantelería, un timple… o incluso una porcelana de Lladró que tuviera reservado su espacio en el salón del hogar que construyan,
pero imponderables económicos me impiden
hacerlo con la singularidad que merecen. Así las cosas, y en compensación
pienso entregarme a participar y a dar lo que puedo ofrecer, que es música.
He decidido, dada la potente instalación musical que contará
el sanguit el viernes (de boda), acompañar con el mayor esmero a Amparo y a Nuestro Amado Líder. He intuido
que participar, involucrarse, dar a los demás puede ser una experiencia gozosa,
aunque algo inédita para mí, lo mismo que observar conductas colaboradoras,
concertadas, armoniosas, socialmente constructivas, desprovistas de irritabilidad
y de esa censura previa de que nada merece entregarse a los otros.
"O en todo caso de manera muy
acotada y efímera, como un encendido parlamento entre abstracción y ausencia" confiesa imitándome.
Al parecer, un cristiano como mi hermano no aprendió nada de
la Última Cena ni de la Vida de Jesús,
es muy sintomático que en aquella cena el Mesías (cristiano) compartiese
la comida, y que la comida fuera sacralizada a comunión y esparcida indiferenciada entre los fieles.
La mayor traición que puede hacerse al mensaje de Cristo, es
el rehusar a compartir la comida (el NO
MENÚ -él por libre- como significante evidente, inamovible,
traumático), que es comulgar con los
demás, y elevar las más desmedidas fronteras simbólicas a toda comunión y participación
con el “hacer puchero –carne básica, elemental, primaria- aparte”. En esa escena primordial que diría
Lacan, se muestra el resumen, matriz,
símbolo del que habla y actúa como
inminente concertista - primera figura
en el Lincoln Center de NYC. Pero ese viernes toca acompañar en los teclados y resulta que hay que ensayar,
que ha de hacerse con el mejor espíritu, con mínimos de trabajo en común, sin asomo de irritabilidad, molestias,
irreductibilidad y actitudes histriónicas. A qué sí, hermano, tengo plena fe en
ti.