Cuando Obama ganó la presidencia de EE.UU., aquella ministra soez proclamó ante la humanidad que una nueva conjunción planetaria: Obama y ZP, iluminaría al nuevo mundo.
El triunfo hiperbólico de Holland será reducido a realidad antes del verano. Es una pugna de metafísicas en la que sólo está en debate el ritmo de reducción del déficit y la pequeña holgura de la austeridad. No hay más en una Europa macilenta, arrugada y decrépita, pero soberbia y fantasiosa, que sueña con convertir al mundo con su ejemplo (que es incapaz de mantener). El mundo no parece entretenerse en el platonismo de la contemplación de modelos, antes al contrario parece imbuido de un realismo terrible: 6.000 millones de seres humanos tratando de sobrevivir al día a día en condiciones de mayor dignidad. Este es el problema de Europa: su dimensión absolutamente planetaria. La ministra soez, a pesar de todas sus insuficiencias, tenía en parte razón, aunque muy involuntariamente.
La izquierda francesa y española ha vibrado con el tremolar de la bandera común francesa. Una mayestática que trata de ahogar los datos del mundo objetivo. El devenir de la izquierda por la estética de las banderitas quintuplicadas, las pasarelas de modelos gubernamentales y el eticismo exaltado de su falsedad moral, su hipócrita superioridad moral, es decir, su afección enferma al conjunto de los mundos de las apariencias, lo vamos a pagar caro: están dejando el camino liso a la Bestia.
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