En este país de banderas y enseñas omnipresentes, de simbolismo sacrosanto, cualquier reivindicación social, vecinal, deportiva o de cualquier tipo, necesita cada vez con más ansia coronarse con algún símbolo de incompatibilidad y exclusión. La ikurriña, la senyera y la republicana tienen una sola cosa en común: su condición ontológica/teleológica de exclusión, disyuntiva y absoluta incompatibilidad. Ocurre también sólo en España. ¡Cuánto cansancio!
¿Cómo es posible que se pueda seguir 70 años después así, contra una realidad democrática, (ex)próspera, integradora y abierta…? Es demasiada anomalía, insatisfacción, revanchismo, tara… Todo lo que podría estar más o menos bien a título individual y podría ser incluso interesante, de forma colectiva es infumable, cutre y siniestro. España soez, España malsana, España pesada losa y graderío.
Ya no hay imagen de Toxo, Méndez, Zerolo, Caldera ,incluso Rubalcaba, en la calle sin que aparezca una zona arbolada de banderas republicanas, cosa que antes no pasaba. El sello de la izquierda con el pasado remoto y su mísera estetización de la política no pueden ser más zafios. En su indigencia extrema, es todo lo que les queda. Lo que no saben estos heraldos del futuro y el progreso (de progreso), es que los presidentes de una tercera república, jamás serían Llamazares, Cayo Lara, los arriba mentados (a excepción quizá de Rubalcaba), ni siquiera el alcalde de Marinaleda, sino en todo caso, ¡atentos, chicos!: José Bono, Gregorio Peces Barba, Federico Trillo, Zaplana, Villalobos, Borrell… ¿Les gustaría este tipo de república natural, no rupestre, desarmada, inclusiva, integradora, democrática, plural… a nuestros arcaicos y toscos republicanos? Seguro que ni lo han pensado, pero ¿a que no es eso?
Todo siempre agrio, desapacible, provisional, con cuestiones pendientes... aquí los mínimos siguen en el aire, no sólo las autonomías, sino todo: el estado, la bandera, el himno, la pluralidad, cualquier noción de comunidad integrada, respetuosa, civil y cívica, con símbolos que lo representen, una base afectiva natural común, de mera comunidad o sociedad. Resulta tan aburrido y eterno…
Tenemos este republicanismo valleinclanesco y sainetero que sueña, insaciable, en base a un sectarismo que desborda las psicologías sociales más marginales y tribales, con la redición de una II República de la que no solo desaparecería la monarquía, sino también la derecha extrema –que es la forma de ir perfilando con palabras y propaganda una categoría inaceptable de derecha- , que haría hiper legítima su inexistencia. ¿A qué sí? No habría un mundo incompatible con aquella II República de los trabajadores. Los republicanos hispanos se quieren solos, con el enemigo derrotado, desaparecido. Mientras la ikurriña y la senyera se han convertido en los símbolos del sectarismo y la exclusión (aparte de la ofensa más hooligan y la provocación alucinante) la republicana tiene el plus añadido del revanchismo jamás soñado.
Abandonado el viaje a El Aaiún, al final el viernes, a los confines cosmopolitas del sur de la isla, donde España (su hondura) se diluye y desaparece. Entre extranjeros, o sea, entre afines electivos.
1 comentario:
"La ikurriña, la senyera y la republicana tienen una sola cosa en común: su condición ontológica/teleológica de exclusión, disyuntiva y absoluta incompatibilidad."
¡Qué va...! Tienen otra cosa en común y tb en común con la bandera de Murcia, Canarias, Andalucía, y las restantes banderas.
Son banderas que nos cuestan una pasta gansa, son sus parlamentos, sus gobiernos y sus castas dirigentes.
Costosisimo error las banderas.
Salu2, EDH.
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