lunes, octubre 24, 2011

(Mi) Homenaje a Orlando Cova


Orlando  sabía de mí, al menos, que defendía  a Israel, y en un bar me provocó. Por razones ya de edad supongo,  no entré en la provocación. Nos volvimos a ver en un acto literario en un pub rodeados de amigos comunes, esta vez ya sintonizamos desde el comienzo.
Me empezó a hablar de una patología que le afectaba a un  órgano, de cómo la controlaba cuando lo controlaba, me ofrecía infinidad de datos, algunos muy técnicos y asombrosamente precisos, propios solo de médicos, y explicaciones exhaustivas del  funcionamiento de ese órgano, cuajados de pormenores dignos  esta vez de expertos en análisis clínicos y laboratorios o algo parecido. De esas cuestiones yo jamás suelo hablar, no me gustan nada y prefiero no saber. Sin embargo aquel día le escuchaba con tal atención que hasta a mí me sorprendió por ser un tema al que soy muy refractario. No era posible mi actitud receptiva y  a veces hasta participativa, cuando le pedía alguna aclaración.
Me desconcertaba que alguien  tuviera una relación así con su propio cuerpo, había conocido a gente, incluso yo mismo, que   propendía al autoanálisis de todas sus conductas presentes, pasadas o futuras, de acciones circunstanciales, rémoras… pero siempre se movía en el campo psicológico, en el que uno se tomaba por objeto/ sujeto en una simbiosis perfecta, en la que prevalecía imperialmente la subjetividad del yo. Pero tratándose de padecimientos orgánicos o somáticos el análisis como el que me estaba haciendo Orlando  me parecía imposible. Orlando se tomaba por objeto en una alteridad curiosa, el cuerpo, su propio cuerpo era objeto de su microscopio como si fuera ajeno en el fondo a él. Cuando evidentemente no es  así. Orlando me hablaba como si él fuera su propio médico (un médico observador y analista, no terapeuta),  su cuerpo parecía merecerle el deber o la apetencia de máximo conocimiento, que lo analizaba con mirada científica. Tengo para mí que tuvo esa relación con su cuerpo de lejanía y a la vez proximidad, pero de que el cuerpo  formaba parte de su exterior, mientras él permanecía  en su único dominio en verdad propio: la subjetividad, el interior. Era un  poeta que se acercaba a la materia corrupta con la mirada de la objetividad más absoluta, mientras él se reservaba decididamente para el espíritu. Solo entonces era cuando cabía prescindir absolutamente de la objetividad. Su lucidez e inteligencia me  encandilaron aquella noche.
Pero después recapacité sobre nuestro encuentro,  ya que me sentí  intrigado por cómo había sido capaz de escucharle, sobre un tema  que yo jamás hubiera escuchado, y en cuanto me formulé esa interrogación me contesté: por su fabulosa capacidad narrativa y humana.  

1 comentario:

Agustín Enrique dijo...

Buen homenaje, del todo merecido, a nuestro siempre recordado Orlando Cova. No podré acudir, lo lamento. No obstante, y enalteciendo más que merecidamente el susodicho homenaje, debemos concitar voluntades cara al debido homenaje, dado en La Laguna.
Un abrazo.