Hay que empezar por XY y su queja más recurrente, que es: la mayoría de la gente es muy aburrida. Razón tiene, no me había dado cuenta hasta que ella empezó a condenarlo, quizá por demasiado obvio. Este introito, si se me permite el latinajo, aquí pertinente, para hablar de Juan Royo. Decir que fue jefe de personal y gerente de cultura de la municipalidad de Santa Cruz de Tenerife, no le pueden redimir de las características que presuponen, tampoco que sea escritor, lo que en verdad le da sustancia y hondura es su rareza, un grado más que la singularidad.
Uno en general es más dado a escuchar que a hablar, lo que ocurre es que no hay tanta gente a la que escuchar. Dentro de mi hablar me suelo decantar por provocar, subvertir la seriedad, el formato, el marco, instaurar el absurdo, lo lúdico y el divertimento, cuando se puede. La comunicación voladiza, espiral y ascendente. Mi hermano también vino, está en Tenerife, y Pedro. Juan siempre tiene cosas muy interesantes que contar, una vida extremadamente personal, aunque de desmedida ingesta cultural, lo que no le achata, como suele ocurrir con la cultura.
Una calle de Washington cogida al azar
Ha estado en unos ejercicios espirituales y que se lo pasó muy bien, muy interesantes, novedosos. Huye de lo ordinario y común, prescrito. Estuvo también en Japón, con profesores de la universidad, un rebaño endogámico, clanes fervientemente juveniles y concienciados más que los alumnos, absolutamente fedayin de la retaguardia de todas las retaguardias.
En Marzo se va al Royal Albert Hall a un concierto de Eric Clapton, que aprovechará para brutalizarse de ópera y teatro londinenses. Acude a los patios de butacas, trajeado, con gabán y bufanda, y no tiene que afectar porte británico porque ya lo tiene, y cada vez más.
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