Los ejemplos abundan. Como creaciones de los hombres, las naciones no están destinadas a permanecer sine die. Es de hecho una proeza que la nación española no sea una reliquia histórica. Un rápido repaso a la historia de Europa da prueba de ello.
Sea desde una visión esencialista o liberal, el pueblo español con conciencia de sí existe desde hace como mínimo doscientos años. No vamos a entrar aquí a debatir si lo mismo podría decirse de los nacionalismos o naciones periféricas. Ese es un debate historiográfico ajeno a esta columna. Tampoco pretende ser este un artículo regido por el preciosismo semántico; la aproximación aquí es más humilde y donde dice “nación” bien podría decir “país”.
Pero retomemos. Independientemente de su longevidad, ninguna nación es una inevitabilidad histórica. Ni en su emergencia ni en su declive y última desaparición. En esto último coinciden incluso los románticos históricos y los nacionalistas étnicos, siempre temerosos de la pérdida de las esencias, la contaminación y el ocaso.
Luego está el harakiri de la negociación de la investidura. Se ha escrito ya todo lo que tenía que decirse. Los pinganillos buscan el desencuentro, proyectar la idea de que el español no es la lengua común y que España es por tanto un tinglado artificial, convirtiendo el Congreso en Bélgica, el único país homologable que también está cogido con pinzas…para que sea más fácil desmantelarlo. Y la amnistía - o como acabe llamándose - no es otra cosa que la legalización de la secesión unilateral por la puerta de atrás, una promesa de que a la próxima intentona de golpe de Estado no habrá respuesta. Es decir, la renuncia del Gobierno de España a hacer efectiva la soberanía nacional. Desmembración por incomparecencia de la nación representada por sus instituciones.
Sin aspavientos, la extinción de España como país tal cual ha figurado en los mapas durante los últimos quinientos años es una posibilidad real. Lo cual no tiene por qué ser un drama, al fin y al cabo se trata de una decisión democrática, quizá la última de calado que tome el pueblo español según lo entendemos hoy. No está escrito en ningún lado que España deba existir por los siglos de los siglos y los votantes de PSOE y Sumar parecen tener prisa por apagar las luces. Pero ahora que se exalta de forma acrítica y con la reflexividad de un papagayo la riqueza cultural que representan las lenguas cooficiales, convendría considerar si la España que ha funcionado razonablemente bien durante los últimos cuarenta años es algo a preservar. Por si acaso a alguien le dé por echarla de menos luego.
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