En octubre del pasado año me fue a recoger Chaui al aeropuerto de Tánger, y estando en el bar del Rembrandt salieron a a relucir algunas lecturas que teníamos hechas como la de ¡Nicos Poulantzas!, la impronta portentosa de una común cultura generacional. Vínculo que puede ser mas fuerte, incluso es, que el nacional, menos mal. Le comenté que todos los intentos de reformismo politico cultural del islam, hasta donde yo sabía ,incurrían en el salafismo y el regreso a las primeras fuentes y compañeros del Profeta, a la primigenia pureza inspiradora. A las fuentes insustituibles. Que intentos reformistas como la Nahda, Al Afgani, Mohamed Abduh jamás hacían tabula rasa, como el Renacimiento (bueno... según), la Ilustración, la revolución. Todos los reformadores querian extraer su legitimidad del islam. Con la interpretación por fín buena, la correcta. Partiendo siempre de su buena lectura y presunta compatibilidad con la modernidad jurídica y constitucional.
¿Por qué era tan dificil cortar de cuajo, separar Estado y religión ( no abolirla, por supuesto)?. Lo que también le habían pasado (Topper) a destacadas feministas tunecinas y del Magreb de hace unas décadas, después reconocerían su equivocación de enfoque.
No recuerdo que me contestó Chaui, o se quedó reflexionando o no lo veía.
Coincidir con Topper plenamente es hacerlo con quien conoce profundamente la civilización islámica (que distingue González Ferrín), valiente y, señoras y señores, con ¡pensamiento personal! no coral y rezo. Escenario y focos. Tan nulamente críticos y analíticos, que disimulaban los hechos graves y palmarios enterrándolos a cañonazos, desoyendo las más mínimas interpelaciones de una conciencia mínimamente intelectual. Probos funcionarios de los conocimientos reglados mas acomodaticios, sencillos y rentables
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