Estoy feliz como una
perdiz con mi último libro sobre el
Sáhara: lo he corregido tantas veces, que ahora disfruto con el producto, siempre encuentro algo más o menos
pérfido, una aclaración conceptual, un mejor adjetivo, una sutil causticidad. ¿Qué
siento? Que he ido lejos y ojalá que majestuosamente.
En mi forma de
escribir siempre me sale la
causticidad. Conocí la palabra porque en
fiestas de Bermeo donde íbamos los veraneantes de la zona, me puse hablar con uno
de los de Bakio, del colegio, y sus
amigos, algo les debía estar diciendo porque
se acercó mi amigo madrileño Juan Ignacio, que estaban al lado, y les dijo que yo
era muy caustico, no la había oído nunca. Ahora me he acordado, insultaba al
que conocía. O sea, caustico era yo. Creo que ha sido la única palabra con que
me han adjetivado, que no la conociera.
Claro, te deja marcado. Por lo que me acuerdo perfectamente de este acto
bautismal. Me gustó el significado y me alegró serlo.
Estar enterrado en las arenas del Sáhara, ya impaciente, y
pasarme otra vez al síndico y a una de las personas más inteligentes que he
conocido en mi vida, ha estado bien. Creo que mi
artículo contiene un alijo importante de causticidad, y es un texto rápido,
como un torrente saltarín, primaveral, alegre. Conociendo a sus destinatarios y
su mundo, su pequeña burbuja de importancia, supongo que les habrá gustado
mucho ¡por fin expuesto a la luz del mundo y confrontarse!, nadie les ha
abiertos horizontes –no tienen, solo presente tibio, en sus anémicas vidas.
Está resultando cierto que soy el gran patrocinador del
sindicalismo. Ayer subí ya al más leído de criterios u opinión del periódico, donde sigo. Y en youtube de la Real Sociedad Económica ya tengo mi presentación
muy por encima de autoridades académicas y de extraordinaria proyección. Que me
pase a mí con el sindicalismo da idea de la memez que representa hoy en
día. Lo mismo continúo con invisibles, enanos
y estultos.
Ahora si presiento que acierto, que produzco pequeñas
heridas, que igual agrieto o ensucio muros de aprioris, principios incuestionables.
Leí a alguien que había que mantener la piedad en las críticas, yo creo que hay
que ser totalmente inmisericorde, burlón y profanador. Que no tengan
posibilidad de recuperación. Y si se siente desprecio, mostrarlo a las claras,
que siempre constituirá la sonrisa más artera. Nunca me había referido a la
pequeña marca oxidada por las siglas. Su ara con aura, ¡cómo nombran las siglas! como si fuera una deidad tutelar inmensa. Ay que ser mamones. Si no es por mi, nadie les ha sacado en opinión...
Hoy ha venido mi hermano a casa y de paso me ha traído El
País. Le ha gustado mi régimen.
El lunes estaba La Noria lleno de halloweens, para variar,
bajo el sino de la imposibilidad metafísica de gracia (es cuando me acuerdo de los baskisch, eran
muy buenos) pero teníamos mesa. Y nos dieron la una y las dos y las tres.
Vino Javi Coca, un placer. Como nos consideramos todos
zumbados –de lo que nos alegramos y celebramos-, hicimos unas listas de ello,
bueno las hizo B, en una salía el segundo y en otra el cuarto. Yael creo que me
pone por delante de mi hermano.
El catedrático intelectualmente vitalicio full time, me dijo
que conocía a Giorgio Agamben, filósofo de mucha proyección actual (al que
tenemos para leer) por mí.
-Si te estoy diciendo que no puedo con él. Heidegger en
comparación es un sindicalista.
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