Los sábados y domingos bajo caminando a la Capital, luego de
acercarme a Ofra, para abarcar más trayecto, bordeo el palmetum a ras de mar. Nunca hay gente y termino en la
plaza de España. Mis piernas se han convertido en mendigas de las aceras, pero
aún sirven.
Nuestro gran amigo no había sido agasajado ni en septiembre
cuando cumple venturosos años ni en Reyes (perdió a sus padres), por lo que decidimos
hacerle ahora en rebajas los regalos pendientes: dos pares de zapatos. Casi se lleva unos Castellanos,
no había su número, pero salió muy bien, fueron dos. De todo se encarga XY, yo elemento auxiliar.
Al llevar yo las bolsas con las cajas de zapatos (me sale
zapatero) me sentía un verdadero marido detrás de XY. Y entrando así en Zara,
todavía más.
Mientras la gran mayoría de la gente desde la adolescencia y
juventud, tenía ideas propias de proyección, yo siempre quise ser como los
demás, a todo el mundo envidiaba que fuera cumpliendo metas. Eso me entretuvo una
barbaridad. Me di cuenta muy tarde que lo que tuve que haber hecho fue todo lo
contrario. Entre yo y el exterior no estaba inmediato el mundo, sino un filtro, cámara o mampara en la que aún continuaba estando yo extrañamente,
pero encima colapsado.
En Zara muy bien, mucha oferta y mucho interés. A las mujeres
les encanta mirar todo. No se saltan casi nada.
Por cierto, he ido desde niño a Donosti, entonces y una sola vez
en su club de tenis, entonces privado, jugué con camisa blanca larga de botones
y pantalón corto en presencia de la alta burguesía donostiarra. Luego de joven
fui mucho y me lo pasé fantásticamente, pero no tan bien como cuando este
verano estuvimos de compras con mis hijos.
Fuimos a los Reuni, y hablamos mucho con el dueño, Cris. El
mediodía estaba majestuoso, mucho cielo,
verde y terrazas montadas. Llamé a mi hermano y nos tomamos cervezas de
bienvenida y vino de despedida.
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