jueves, enero 28, 2016

Atroz y yo en juicio ayer


Qué pueden decir, no tienen nada que alegar, querrán conciliar… Pues no: una hora y cuarenta minutos de juicio. Como la persona que más entiende de leyes y Tribunal Supremo es Atroz, cuando la juez le preguntó y usted por quien viene aquí, le citó el artículo 31 de alguna ley escondida, pero importante, y se vio que la jueza ni la había oído pero tuvo que aceptarlo. Atroz era mi auxiliar. Según Atroz ya le conocía la jueza. Te diste cuenta que cuando te pasé la Tablet y leíste el texto del artículo, inmediatamente lo buscó. Sabía que iba hacerlo (por saberle muy ducho).
Atroz había impresionado a Rosita la semana pasada en casa, y le dijo: tú así no puedes venir a mi juicio. Iba demasiado intelectual bohemio y soltero, o sin madre.
Le pasó por Zara. Ayer cuando llegué al Castillo y lo ví, parecía un director general del Ministerio de Cultura del PP, que son los cultos de verdad: Chaqueta azul y un pantalón de color vaquero, pero que no eran jeans.
Rosita: he querido ponerme el traje de mis recepciones diplomáticas (consulado de Marruecos) pero no me cierra, por eso vengo un poco de escritor americano del Village (Greenwich Village, NYC), le dije.
Atroz y yo nos sentamos en nuestra mesa con su tecnología. Los abogados de frente solo papel y boli, con lo que con solo ese acto nos agrandamos. Y tres procuradores. Cuando comencé a discernir, Atroz, a pesar de mi cambio de jurisdicción, pensó que todo iría bien. El  señor advocat de la comunidad de vecinos que no sabía porque se le había demandado, que no tenía nada que ver. Le hube de contestar, que para no saber por qué, iba muy documentado de todas las veces que le demandaban por lo mismo, por el número de sentencias (en las que había intervenido) que había aportado. Y todo el rato como mercaderes que había que pagar las costas, los otros claro.
La abogada de los particulares directamente te sacaba del juicio y te metía en la sociología y la cultura epocal, que tía, que horror. No sé porqué quedan todavía hombres en la abogacía, se trata de una profesión que debiera recaer exclusivamente , como la mayoría de las profesiones, en las mujeres. Dios mío, que minuciosidad, que pesadez, que espíritu de combate, que estudio pormenorizado de todo, todas las cuentas y previsiones hechas, que sistemática y planificada: la industria del aluminio.  Pensaba, cuántas cosas de todo tipo tendrá esta mujer en la cabeza. Fechas de dentista de los niños, reunión comunidad, listas, tiendas, IGICs... Que agobio. Esta con un marido no tiene ni para empezar. A mi me remitía constantemente a un orden familiar perfecto con la mujer absolutamente providente.  Era como si de la barbarie se hubiera pasado directamente a la familia. Además me miraba fija y provocadoramente como si estuviéramos en un bar de copas, fuera un tío, estuviera borracho y quisiera bronca. Yo le sugería a Atroz con la mirada, para que se fijase en él y no en mí. Nuestros peritos, sabios, le salieron rana, con lo que acrecentó su encono.
No tuvo ni un solo guiño de feminidad para con nosotros (era linda), y suprimió cualquier atisbo de poesía. Salimos en horas de cervezas y nos las tomamos. En cambio, hoy en Güimar no he parado de dar besos a todo el mundo, en el propio juzgado.




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