Pasadas las 3 de la madrugada abandonamos ayer noche el
selecto Club Oliver, que lucía como la Casa blanca, fachada iluminada y un gran árbol de navidad en su hall. Resulta que ahora trabaja allí de camarera,
Isa, de Los Reunidos.
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Que natural se me hace verte, como no salgo de
LR- le digo y le cuento las tres veces alternas de la última semana.
Es tal nuestra avidez intelectual que solo hablamos de
cuestiones de ese cariz. El marco del Oliver
es mejor que el Casino como el piano Bechstein es mejor que el Yamaha del
último, y además lucía elegantemente navideño. La combinación del motivo de la
reunión, los caballeros ilustrados, el lugar, la cena, la cerveza en copa previa (de Isa) en el bar, el
gintonic posterior en uno de sus salones, con mi hermano al piano (mucho mejor
él y el piano que el Casino), es una acumulación de sensaciones agradables,
una superposición de los placeres del espíritu, al que no son ajenos los sensoriales, que directamente te
acarician. Dado el intercambio de ideas y perspectivas con maneras gentiles de
caballeros de pantalones ceñidos, polainas, camisas con chorreras y casacas,
te hacen evocar otras reuniones de ese tenor que te trasladan a épocas pretéritas, ahora puedes estar en el XVIII en Boston,
París, Londres o Virginia. Por lo que nada más salir de la mansión inglesa,
blanca y señorial instintivamente buscas tu caballo.
Ayer hubo algunas desafecciones, pero nuestra tertulia ha
tomado el impulso definitivo, hay voluntades muy decididas, determinadas (por lo
que es partida ganada) a formalizar nuestra tertulia exliberal, tras aquel
golpe de estado. Ayer porque no pudimos orillar el comercio de ideas ni un
momento, pero a punto estuvimos de redactar el acta fundacional. Dirimir el
nombre definitivo de la tertulia, que se injertará en la tradición de una preexistente, y que fijará
las directrices de lecturas. El núcleo será reducido y habrá numerus clausus.
Una tertulia no es una compañía de infantería.
Ayer se volvió a demostrar que existe la ley de las
correspondencias, por la que sujetos en distintas órbitas que no se conocen están predispuestos a encontrarse. En esta sociedad,
las individualidades que hacen gala de su condición, de su autonomía de
pensamiento, inquietudes y búsquedas
acervas; insensibles a modas, fáciles
acomodos y estados de opinión mayoritarios o tribales aún existen y las podemos encontrar.
Un ingeniero joven, amigo de la filosofía, lector de
Wittgenstein, curioso de la biología, gran aficionado a la semiología, la lingüística
y los idiomas, con el que hablamos de la gramática generativa de Chosmky (lo
único aceptable de él), del innatismo de
las estructuras del lenguaje y la puesta en cuestión del aprendizaje como gran
talismán, constituye la última incorporación. De ahí navegamos al estructuralismo francés de los 60, y su
colonización de la lingüista, el psicoanálisis, la antropología.
Hay un hilo conductor en los caballeros de las polainas y
casacas, que es su afán de búsqueda,
búsqueda intransitiva, apasionada, individual y
al margen de las determinaciones
naturales de sus propios medios o entornos.
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