domingo, diciembre 01, 2013

El Oliver, la Casa Blanca



 
Pasadas las 3 de la madrugada abandonamos ayer noche el selecto Club Oliver, que lucía como la Casa blanca, fachada iluminada  y un gran árbol de navidad en su hall.  Resulta que ahora trabaja allí de camarera, Isa, de Los Reunidos.
-  Que natural se me hace verte, como no salgo de LR- le digo y le cuento las tres veces alternas de la última semana.
Es tal nuestra avidez intelectual que solo hablamos de cuestiones de ese cariz.  El marco del Oliver es mejor que el Casino como el piano Bechstein es mejor que el Yamaha del último, y además lucía elegantemente navideño. La combinación del motivo de la reunión, los caballeros ilustrados, el lugar, la cena,  la cerveza en copa previa (de Isa) en el bar, el gintonic posterior en uno de sus salones, con mi hermano al piano (mucho mejor él y el piano que el Casino), es una acumulación de sensaciones agradables, una superposición de los placeres del espíritu, al que no son  ajenos los sensoriales, que directamente te acarician. Dado el intercambio de ideas y perspectivas con maneras gentiles de caballeros de pantalones ceñidos, polainas,  camisas con chorreras  y casacas,  te hacen evocar otras reuniones de ese tenor que te trasladan a épocas pretéritas,  ahora puedes estar en el XVIII en Boston, París, Londres o Virginia. Por lo que nada más salir de la mansión inglesa, blanca y señorial instintivamente buscas tu caballo.
Ayer hubo algunas desafecciones, pero nuestra tertulia ha tomado el   impulso definitivo, hay  voluntades muy decididas, determinadas (por lo que es partida ganada) a formalizar nuestra tertulia exliberal, tras aquel golpe de estado. Ayer porque no pudimos orillar el comercio de ideas ni un momento, pero a punto estuvimos de redactar el acta fundacional. Dirimir el nombre definitivo de la tertulia, que se injertará en  la tradición de una preexistente, y que fijará las directrices de lecturas. El núcleo será reducido y habrá numerus clausus. Una tertulia no es una compañía de infantería.
Ayer se volvió a demostrar que existe la ley de las correspondencias, por la que sujetos en distintas órbitas que no se conocen están  predispuestos a encontrarse. En esta sociedad, las individualidades que hacen gala de su condición, de su autonomía de pensamiento,  inquietudes y búsquedas acervas; insensibles  a modas, fáciles acomodos y estados de opinión mayoritarios o tribales aún existen y las podemos encontrar.
Un ingeniero joven, amigo de la filosofía, lector de Wittgenstein, curioso de la biología, gran aficionado a la semiología, la lingüística y los idiomas, con el que hablamos de la gramática generativa de Chosmky (lo único aceptable de él), del innatismo  de las estructuras del lenguaje y la puesta en cuestión del aprendizaje como gran talismán, constituye la última incorporación. De ahí navegamos al estructuralismo francés de los 60, y su colonización de la lingüista, el psicoanálisis, la antropología.
Hay un hilo conductor en los caballeros de las polainas y casacas, que  es su afán de búsqueda, búsqueda intransitiva, apasionada, individual y  al margen de las  determinaciones naturales de sus propios medios o entornos.  

 

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