En realidad somos contemporáneos de los crímenes más
abyectos que haya registrado nunca la historia de la humanidad, hemos
presenciado la inhumanidad más radical de la especie: hornos crematorios, el Gulag, Camboya… Solo ayer oíamos los estertores de le limpieza étnica en Yugoslavia,
el llanto desgarrado de las violadas, el
casi millón de hutus asesinados a palos
en un par de meses en Ruanda, las mutilaciones, las persecuciones religiosas, los
gases letales, el terrorismo apocalíptico...
Ablaciones en barrios de París o Barcelona, más de mil
mujeres desfiguradas cada año con ácido en la India, jóvenes decapitados en
México, cientos de miles de niños que mueren de hambre al año en el mundo, mil personas que saltan al vació en Nueva
York…
En comparación, la Inquisición no
fue más que experimentos con cobayas humanos, lo mismo que los ritos
sacrificiales aztecas. El ser humano que ha vivido y vive todo esto, si fuera racional
estaría estudiando la forma de escapar a Marte. Tiene todos los motivos para estar
curado de espanto y desconfiar de todo.
Nada ha cesado, todo lo peor por su
propia lógica e incesante dinámica ha de repetirse. La humanidad no está
vacunada contra nada.
Pero el mono de feria, al descender orondo de su coche de no sé cuántos cilindros y al
que han dado cuerda, solo balbucea dolorido: G-U-A-N-T-Á-N-A-M-O, donde como se puede
demostrar se congrega todo el horror del mundo (los chamanes que así lo
describen tienen mucho poder sobre los monos), en torno a unas cientos de
núbiles vírgenes de ojos inocentes secuestradas durante sus clases de ballet.
Siempre nos quedará la inteligencia expansiva progresista,
que opone a la realidad del mundo la fe religiosa del optimismo antropológico. Pero
no un dios antropomorfo (qué también y con pistolón), sino una potencia
animista.
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