El autor no se va al otro bando, el pro marroquí, para establecer una nueva tesis del conflicto del Sahara, sino que entra en el propio terreno que pisa a diario la sociedad española, más sensibilizada con la herencia de la antigua provincia española, para preguntarse por qué hemos llegado a esta situación en que repetimos los mismos argumentos sobre el Sahara, con temor a repensar.
La rebeldía de Lizundia ante el adoctrinamiento y la pereza intelectual ya le llevó a concebir la cuestión del Sáhara como un el metarrelato, que de forma clarividente plasmó en su anterior libro, El Sáhara como Metarrelato.
Lizundia no es un historiador, pero tiene la habilidad de leer entre líneas en los principales hechos que rodean a la historia del Sáhara, desde que España dejara el territorio en manos de Naciones Unidas con el Acuerdo Tripartido de Madrid entre Mauritania y Marruecos, en 1975.
Su línea de trabajo rompe con lo que hasta ahora se ha escrito sobre el Sáhara, que ya decía que se movía entre defender la tesis del Frente Polisario o la de Marruecos, más como propaganda política y de buenas intenciones. Incluso los más sesudos análisis que se han pretendido hacer sobre el conflicto del Sáhara tienden a caer en un compromiso mal entendido y peor explicado, salvo los estudios antropológicos, que se no suelen caer en esa tentación.
Lizundia percibió enseguida, en sus primeros acercamientos, que había una nueva posibilidad de hablar del Sáhara sin entrar, precisamente, en la retórica del discurso único, sino en desarmarlo para ver con qué piezas se había construido este rompecabezas. Le resultó tan apasionante este reto intelectual que le ha llevado a escribir el libro que hoy tiene en sus manos: El Sáhara perspectiva de revisión.
¿Cuáles son las aportaciones de este nuevo ensayo acerca de la cuestión del Sahara, aparte de provocar el pensamiento crítico y la revisión de los viejos prejuicios sobre el Sáhara?
“Sólo hay algo no ha cambiado absolutamente nada en todas estas décadas, que es el discurso ético político de los amigos del Sáhara españoles y el discurso político del Frente Polisario, que no su praxis.
Los partidarios de la Causa han de estar plenamente convencidos de moverse en los fértiles valles de la ética, o de la conducta que promueve con intensidad: el eticismo”
Lizundia, como hombre de izquierda que ha luchado contra el Franquismo y contra otros ismos, tiene un gran bagaje empírico que le permite detectar las propuestas dogmáticas y el discurso dialéctico de la vieja izquierda. Esa mirada crítica es de gran ayuda para entender qué ha hecho la sociedad española militante con la cuestión del Sáhara, desde los movimientos de solidaridad a los nacionalistas surgidos del colonialismo paternalista.
Porque Lizundia se declara hostil a los metarrelatos y a la hipocresía como forma de vida, muy característico de lo español. Para él, la “deuda histórica” de España con el Sáhara es una construcción imaginaria sobre la que “se cimienta todo el edificio de la solidaridad española”, sin que haya contribuido esta a buscar una salida del conflicto. Entiende que se ha propiciado su dilatación desde la postura cómoda del que no tiene su vida en juego en la hamada de Tinduf o en las “provincias del Sur” de Marruecos.
Como abogado, Lizundia se atreve con los aspectos legales -- las resoluciones y declaraciones de Naciones Unidas y del Tribunal de la Haya sobre el Sáhara-- con una visión original y perspicaz. Lizundia nos provoca para que repensemos de forma crítica con la perspectiva que da el tiempo pasado.
También tiene ocasión de tocar algunos de los puntos menos atractivos del Frente Polisario y a los en el primer mundo solidario es muy sensible, como la esclavitud y el terrorismo. Pone en contradicción las ideas con los hechos y el silencio cómplice que acompaña la marcha fúnebre de los pescadores canarios.
Sin duda hay que destacar como un descubrimiento de su ensayo el acercamiento que hace a la bibliografía sobre el Sáhara e Ifni, que es su mayor se nutre de los libros escritos por militares españoles, “preparados para el sacrificio y el combate”, como José Ramón Diego Aguirre. Este militar de la Inteligencia española, que vivió los últimos meses de la ocupación española del Sáhara y que luego se hizo historiador, es la muestra que escoge Lizundia para tratar de explicarnos cómo podía pensar ese núcleo castrense y el porqué de su nacionalismo saharaui.
Diego Aguirre fue una figura destacada de apoyo al Frente Polisario y algunos de sus miembros reconocen que ha hecho más por la Causa que muchos de los importantes dirigentes saharauis. Lizundia destaca en su medida la importancia de Diego Aguirre y descubre la mezcla que hace de historia con ideología nacionalista, con el mismo entusiasmo que podrían hacerlo Louis Aragon y Pablo Neruda de Stalin, los vietnamitas y los cubanos de Castro.
“No conocemos ningún otro ámbito o causa en que tantos militares, provenientes de un ejército colonial de una dictadura, hayan coincidido con bases izquierdistas como en la cuestión del Sáhara”, reflexiona Lizundia sobre unos militares que pensaron más en entrar en guerra que en la sociedad civil española de la época. Es decir, la deuda histórica del deber no cumplido parece ser de los militares, no de la sociedad civil.
El Frente Polisario escogió el enfrentamiento con el Gobierno colonial español, sin dar ninguna opción a la negociación, sino luchando en el terreno de las armas. Lizundia se pregunta cómo se puede traicionar a alguien que no es ni amigo ni aliado. Cómo se pide responsabilidad a España sobre el Sáhara cuando el Polisario no le reconocía ningún derecho, salvo el abandono del territorio y la pérdida de vidas españolas frente a la Marcha Verde marroquí.
Muy críticos son los capítulos dedicado a la solidaridad española y a lo que denomina “frente lúdico”, más lúdico que frente y más político que esencialmente solidario.
Lizundia nos incomoda con este libro porque nos saca de esa modorra que se había convertido el asunto del Sáhara. Con su ímpetu y originalidad nos hace un favor, pero no lo podremos apreciar hasta que nos despertemos del todo y nos atrevamos a pensar por si mismos. Yo ya se lo agradezco.
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