El frente de Ocean Drive
De regreso se produce el ritual nostálgico de mirar las
compras realizadas, que en mi caso son fundamentalmente libros de arte contemporáneo y moderno. Nuestros viajes
siempre son como con destino, porque siempre vemos museos de ese
tipo de arte y de ningún otro, a cuyos restaurantes podemos ir pero solo a comer, como en el museo indio de Washington, o edificios o barrios. Por cierto, traigo un
par de grabados de nuestra librería de Washington y un mapa del Sáhara de 1800,
este ha sido otro regalo, que es justo lo que quería.
El museo de Baltimore
Para cerrar el capitulo de asuntos mundanos, señalar que a
la lista de regalos- acabo de mencionar uno- es preciso añadir la invitación por parte del hotel donde nos
hospedábamos en Miami, grupo del que es dueño
un famoso, a los desayunos y minibares de las habitaciones. A todos,
que lo sepan algunas amigas que me leen (y felices vacaciones). Amistamos. Los desayunos, que acometíamos en la
terraza a medio metro de altura de la calle, de la calle de
máxima marcha de Miami Beach, Ocean Drive, no eran frugales. En las terrazas de la acera y en las terrazas
bajo los soportales de los hoteles art decó la música dura las 24 horas del
día.
Si en Baltimore visitamos su
museo de arte y en Washington volvimos a la Phillips Collection
–la National Gallery está de obras-, donde hay una sala con cuatro Rothko en las cuatro paredes (
tengo el libro de ese museo), en Miami visitamos tres museos y obras de arte
(edificios) dispersas por todo un distrito
que equivaldría a otros tres, ya que íbamos por Miami Beach
buscando expresamente todo el muestrario como hechizados. Ahora los libros son el testimonio
detallado y perenne, fetiche.
A lo que hay que sumar el equivalente a otro museo, que es Wynwood, el barrio que despliega en sus muros a los
mejores grafiteros. Uno de ellos es el que ha confeccionado el ícono de Obama
de color rojo y azul.
el Wolffsonian
En Tel-Aviv hay 3.000 edificios catalogados de la Bauhaus,
con Walter Gropius en Dessau estudiaron 11 palestinos, como se llamaban a los
judíos antes de la independencia que fueron sus autores, en Miami son 600 art
decó, pero su singularidad es mayor y de más calidad, ya que el racionalismo es
elaborado no solo en lo propiamente ornamental y decorativos –que constituye
una transgresión de la filosofía racionalista- , sino en los elementos
arquitectónicos, en su propia gramática.
Las míticas Arts and Caffts de John Ruskin y William Morris afloran y son
evocados como padres de estirpe, por todos
los lados, es decir las artes aplicadas, donde en el museo Wolffsonian
(Universidad internacional de Miami), continente y contenido son del máximo interés,
por no referirnos al hotel más lujoso que he visto y veré: el Delano -una verdadera locura, qué mojitos- de Miami, solo faltaban Frank Sinatra,
Dean Martin, Lucky Luciano, Al Capone, los
cóctel también son americanos, casually.
Wynwood, donde comimos de maravilla, comida global
Quienes gusten del arte y lógicamente de su historia, del urbanismo, de su
imbricación en una forma de vida, no solo la
historia sino el puro historicismo de la arquitectura y de las artes
aplicadas, el interiorismo, el diseño, la decoración… tienen una tierra de
promisión única e ineluctable: Miami, como Chicago o NYC
DIGLOSIA
Desde el punto de vista de la suma de individuos que se
expresan en dos idiomas, Miami sería bilingüe en alta proporción. Si nos
atenemos al dominio social de un idioma sobre otro, lo que en lenguaje técnico
se llama diglosia, Miami es diglósica en favor del inglés. Sostienen los
expertos que siempre en comunidades de uso social de dos idiomas, se produce
una diglosia. Lo que en absoluto mitiga mi extraordinaria admiración por
comunidades bilingües de verdad, por
tanto completamente al margen de los experimentos de ingeniería social
que pretenden inventar torpes visionarios burócratas de lares tan fecundos como
España. Son mundos, conceptos, cosmovisiones, horizontes vitales, de pensamiento
y comprensión incomparables e incompatibles.