Para gente de mi jaez, la edad ha supuesto un avance fundamental por el terreno de la realidad. La realidad aunque sea adversa siempre es benéfica por su naturaleza de verdad dada y de condición de socialización, de acceso a lo simbólico (como la realidad es socialmente comprendida). Lo imaginario no ha de ser un ámbito de chapoteo y balbuceos marginales, sino de profundizaciones audaces, reversibles, de juego y diversión, de raptos de plenitud y gozo. Un ejercicio festivo y oportunista, reservado para las mejores ocasiones. Hay que marcar estilo y poseer carácter, y eso se da en ese tránsito, en la capacidad de atravesar fronteras. Únicamente. No en la permanencia en ninguno de los dos.
Decía que la realidad me da márgenes de crítica y autocrítica que de otra forma no poseería, tras un aprendizaje muy arduo que permitirá después forjar más realidad. Como una suerte de conciencia hegeliana. Siempre pasa igual.
Ahora sé lo que hago mal y lo que no me sale del todo mal. Sé si tengo algo que decir o proponer, es decir si dispongo de un ángulo de visión distinto, no frecuentado, si puedo aportar algo o no tengo absolutamente nada que decir. Lo que es fundamental (darse cuenta). En estos casos de nada sirven provocación, ligereza o superficialidad. Estoy hablando de El Sáhara como metarrelato. Tenía seguridad en el libro. Me había tomado el esfuerzo de saber lo que se escribía del Sáhara y cómo se escribía. Había sido capaz de acotar una perspectiva, de algo podía hablar. Ni la historia del Sáhara ni sus avatares políticos de carácter general (la historieta divulgativa/propagandística o el rollo académico) me hubieran inducido a escribir una línea. También fui descubriendo desde que punto de vista podía escribirlo así como sobre qué bagaje cultural, intelectual y político era capaz de hacerlo con mínima solvencia. El simple juego de déficits y activos es fundamental: donde no quieres entrar y dónde puedes invitar al debate.
Sobre el contenido del libro me interesaba lógicamente la opinión de los que entienden y conocen de política internacional y de las facetas relacionadas, evidentemente (de biología los biólogos, de derecho los juristas), no los osados y audaces en su ignorancia circular y frívola. En ese sentido había pasado los conocimientos y competencias que valoro, y todavía me quedan.
Pero no esperaba que tan pronto, ayer en un solo día dos personas, elogiaran tanto el libro en encuentros seguidos. Una fue una funcionaria, viajera a Tinduf y que ha traído niños de vacaciones, con la que mucho discutí, que me dijo que le estaba gustando mucho el libro y se lo estaba dejando a su hermana, y el otro ha sido Manolo Suárez (que va a presentar el próximo libro de Juan Royo), que me dijo que a pesar de no interesarle nada el Sáhara le había encantado el libro.
A Manolo le conozco muy bien, escritor casi ágrafo (desdeña escribir él), su relato en T&L fue el mejor y su Reynaldo Posadas casi nos animó a sacar otro libro en el que el fuera para todos el personaje, es además letrista de canciones, erudito en música pop, rock... muy culto, e intelectual –lee ensayo, y es capaz de hablar de la cultura de la época, sus fenómenos, los que definen nuestro tiempo, mentalidad, valores (posmodernidad, modernidad/Ilustración, relativismo o comunitarismo… ) y hasta hace reflexiones críticas propias de intelectuales, con conocimiento. Es un gran abogado. Aún hay clases.
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