No doy avío con todos mis cometidos, me ha pasado las mañanas del fin de semana trabajando. Los libros que quiero (me gustaría) leer se acumulan, las correcciones de mi libro de narrativa con lo que tanto disfruto no hay manera de terminarlas, se me han ocurrido varios asuntos sobre los que escribir en el blog, pero como vienen se van y ya no vuelven. Objetivos: alimentarios, horas de estudio- trabajo, para encima poder abarcar el trabajo de la semana que se me viene encima.
Google no me agradece este espíritu de sacrificio y responsabilidad –aun así me sobrestima- ya que tengo una barbaridad de referencias y casi un par de entradas a una pequeña gesta en materia alimentaria, nada más, en lo que no aparezco casi, lo que en absoluto me deprime, no diré más por si acaso, el resto es dedicado a empeños relacionados con la escritura e iniciativas diversas, como le conté a Iñaki Elorriaga el martes pasado en nuestra cita en el aeropuerto. Lo que solo significa una cosa: que no tendré ahora tiempo, pero tengo muy ordenada mi vida. Hay coherencia.
Ignoro la razón por el que se den tantos escritores, intrusos por su dedicación profesional, que ganan grandes premios, que hacen una literatura claramente de hoy. Bulliciosa, cuajada de cortes transversales, cromática y relampagueante, transfronteriza y nómada, con distintos hablas y registros, entrometida, saqueadora, invasora, callejera, insolente...El premiado autor israelí, Boris Zaidam es licenciado en comunicación visual. Curiosamente este tipo de profesionales, publicistas y la gente de imagen son los que me encuentro cuando hojeo autores que me llaman la atención. ¿Son ellos los innovadores? ¿Tienen más facilidad para adaptarse a la narrativa contemporánea de guiños, fugacidades, enfoques, cascadas de palabras y versatilidad en ritmos y tiempos, saqueos al conjunto de recursos de la vida, de todo tipo de apropiaciones y usos…? pues al parecer, sí.
Libertad, de Jonathan Franzen, regalado por norteamericanos fue mi segundo libro de Reyes.
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