Ocurría hace unos minutos.
Salía del edificio cuando una breve figura se colocaba a sotavento de un menudo para no ser visto.¡ Oh, no!: Fray Liberto, el intelectual de base.
Le susurro "Li-ber-to" y la figura fláccida -que no sé como me había oído- se yergue y enhiesto como un misil, y sin muestra alguna de azoramiento, temor o turbación, sacando fuerzas de su garganta profunda, me grita: ¡Gilipollas! (ya me lo dijo anónimo mediante, incluso como intelectual de altura me lo corrigió).
- ¿Cómo? - apenas había sido un gemido.
- ¡Gilipollas!-
- Liber, pero por qué me insultas... - le recrimino.
- Por llamarme Liberto - de puntillas.
- Pero si tenemos una relación antigua, vínculos, tanto en común...
Me he puesto a hablar largo y tendido con uno de los que le acompañaba, haciendo caso omiso de mi insultador y Libertín, como un púgil mosca, colocado en el ángulo de la puerta, no paraba de dar saltitos de calentamiento.
- Liber, por Dios, que tú eres un intelectual de base...
Lo lógico hubiera sido que Fray Liberto apelara a un malentendido o a un no saber y llamarse andanas, al facil y efectivo dismulo, lo que no esperaba era esa confesión tan brutal.
A su favor, que es muy hombre y ya no manda anónimos. Y peligroso como un pellizco de monja de menos de 40 kilos.
Fray Liberto -un hombre de pensamiento como tú, ¡no me fastidies!-, te dejo por hoy, que es momento del jugoso relato verbal.
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