lunes, enero 23, 2012

Mi salvaje inmersión laboral

Los siete días de la semana trabajando en cuestiones de poca monta, de cantidad, de homo laborans. Ni siquiera homo faber en términos harendtianos. Lo he descubierto tarde, así no se da ni el más mínimo problema existencial, la vida se convierte en paroxismo o frenesí mecánico, mutilada de deseo, cierto, y manteniendo completamente inhibida la fuerza nuclear del pathos, mi divisa. Pero es productiva,  gratificante y salubre.
Me limito a sonreir.
Hasta hace unos años me tenía por alguien fundamentalmente gracioso -si alguien quiere ganarse mi estima incondicional, solo tiene que reír mis chistes-, al punto que se lo consulté a una jueza-diosa, que después se jubilaría.
- A que soy gracioso- le espeté a bocajarro
- Ummm ... gracioso... no, eso son los andaluces de los bares o, bueno, madrileños.... eres ingenioso, eso, ingenioso.
Hace unos dos años que revoqué aquella idea que tenía de mi, ciertamente necesitaba alguna que me ofreciera cierta entidad social y anclaje. No soy gracioso, soy muy simpático, con quien quiero; no esparzo simpatía ni alegría de manera indiscriminada, sino muy selectiva, como el punto de mira del fusil de un francotirador.
Por lo que puedo y sé controlar, han frecuentado bastantes el prólogo sobre el libro el Cuervo de Jesse Castellano. Me despido resaltando que ahora sí  soy feliz, y que mi propia  consideración hacia  mí, eso que se entiende por autoestima no hace sino aumentar, gracias a mi trabajo animal y lóbrego, de sol a sol como ahora le ha dado por decir al no muy eficiente secretario de nuestra asociación.

No hay comentarios: