Recibo apesadumbrado y emocionado la noticia de la muerte de José María del Saz Orozco, pasados los 95
años, el amigo de más edad que he
tenido y al único que podía considerarle un maestro, no
de materias, sino del vivir y estar en
el mundo. Alguien al que admiras con
veneración, sin que por ello encarnara en absoluto la figura del anciano venerable. Uno de esos no se toma su gintonic a media mañana, antes del
aperitivo inexcusable, ni a la tarde su buen güisqui, eso no lo hacen los venerables,
sino los lord y caballeros ingleses, que han dado más de una vuelta al mundo, High School. Para empezar a Pepe se le daba muy bien reírse, no limitarse a estar
en buena disposición con los demás, sino que él siempre reía. Mi relación con Pepe la disfruté muchos años y tenía una característica muy especial, yo me limitaba a preguntar y
escuchar, y también reírme, claro, pero menos que él. Nunca me pareció que
yo tuviera algo que contarle, y de hecho no lo hacía.
Hubiera sido un desperdicio. Lo vivía como si fuera un historiador y supiese
que esa fuente era única. Tanto él como nosotros contábamos con vernos el
próximo mes en Fuengirola. No has esperado, Pepe, ¡qué pena! A E. le
prometiste ir a su boda, “salvo defunción” y cumpliste. Desde Guinea me escribe
¡qué triste noticia! que se alegra de haberte conocido y de los ratos que pasó contigo, y que fue un
honor tenerte en su boda
El abuelo de
Pepe fue el último alcalde español de Manila y presidente del Banco Hispano -filipino.
Pepe fue un patricio que veraneaba en San Sebastián donde
conoció a otra señorita de alcurnia: Teresa Cañedo -Arguelles. Sumaron apellidos de
mucha prosapia para que sus 7 hijos no
parecieran descastados, que en algún momento hubo más de uno que anduvo
en esas tentaciones.
Pero antes, a Pepe, la vida le debía resultar poco emocionante, por lo que con 15 años se enroló en el
Requeté: en el famoso Tercio Oriamendi, en
la Guerra Civil. No sé si apostaron por acabar con la saga familiar, porque se enrolaron los
tres hermanos adolescentes, salieron ilesos y ganadores de la guerra después de lucharla entera. Estuvieron en la
batalla de peña Lemona y tomaron Bilbao. Uno de ellos terminó de general de aviación,
otro se hizo sabio jesuita en Asia, y se casó y el otro es Pepe, que hizo del hedonismo, la amistad, la elegancia, el buen
vivir, la caballerosidad, bonhomía, el
amor a Teresa sus divisas. A sus hijos, con mucha intuición, no les sobrecargó con su presencia.
Pepe decidió hace unos años escribir un libro sobre él, para hijos, nietos y biznietos, Una tirada de unas pocas decenas, que lo hizo su hija Marta. Tenía más de 90 años, luego
había mucho donde poder hurgar. Pero decidió contar o dictar solo
10 años de su vida, de los 15 a los 25. Este
libro de culto para los "pepistas", de 50 páginas, tiene dos partes: la primera de la guerra, la segunda de las 5 VECES que estuvo
en la CÁRCEL por manifestaciones y
enfrentamientos con los falangistas,
la última en un
cabaret. Le formaron hasta un Consejo de Guerra. El libro está escrito con sentido del humor, sin dramatismo ni
ideología, como testimonio de vida vivida. La corta edición estaba agotada pero
se encargó de editar para mí. Y me lo mandó. Él me envió cosas de la guerra y yo, una vez, pimientos de Gernika de temporada, que a alguien que conocía exhaustivamente los
mejores restaurantes vascos le gustaron mucho. Siempre lo repitió.
José María nació en Madrid en 1921, doctor en Derecho, sacó las oposiciones de secretario
judicial y fue magistrado en Ceuta y Tetuán.
En un aperitivo en Fuengirola, recién llegados de Tánger, me
habló del Hotel Minzah (el mejor de esa
ciudad).
-Lo conoces, ¿ah sí? ¿Estuviste una vez?
-Una no, muchas- me contestó
-Muchas ¿cuántas?
-Pues 30 ó 40
- No fastidies ¿y eso?
-Íbamos de Sevilla a Ceuta y Tetuán a celebrar juicios, y de allí nos acercábamos a Tánger
De magistrado no estuvo mucho sino que
se dedicó al derecho mercantil,
pero no como abogado (tenía mejores aptitudes), sino constituyendo empresas,
por los consejos de administración
y fue director de Obrascón, entre otros muchos cargos que ocupó. Pero más que dinero, que siempre vivió extraordinariamente bien, gozando de la buena vida, hizo amigos, grandes amigos, y disfrutó como nadie de su
compañía. Tuvieron que ser grandes tipos como él. Una vez me dijo, que lo
que llevaba mal de la vejez
era la pérdida de sus amigos. Era
un gran cocinero y gastrósofo empírico,
que a la sudmericana que le cuidaba, y con la
que en Madrid bajaba todos los días a
tomar el aperitivo, aunque lloviese, la enseñaba a cocinar. Tenía mano,
decía. Conocía todos los grandes restaurantes y hoteles de
España. No de una vez, sino de muchas. Fue el secretario del Duque
del Infantado, secretario de la
Fundación e íntimo del duque y luego del hijo. Quedaban para comer
cuando subía de Fuengirola. Trató y amistó con Grandes de España. Otra de las amenidades
que ofrecía Pepe, era toda la gente que
había conocido, su memoria y sentido del humor. Parecía que estaba en el
mundo para ver y disfrutar de lo mejor
de él, que siempre lo encontraba. A los
90 años era capaz de coger el AVE
Madrid-Sevilla para ir a la Maestranza en coche de caballos. Pero también supo dar el callo, se
sacrificó, renunció a parte de sus placeres para atender a Teresa, por supuesto
sin quejarse. A las duras y las maduras. Otra cosa, de un gran hedonista,
maravillosa. La talla de Pepe.
Viajó bastante por las empresas
de las que formaba parte, me contó que
estuvo varias veces en Arabia saudí, de una situación comprometida en Caracas, y
de los cabarets de Beirut en los años
60, que entraban elefantes al escenario
o pista. Luego resulta que esta gente tradicionalista
de derechas es la más liberal de todas.
Hombre, también el nivel de mojigatería y dogmatismo de la izquierda hace
imposible o muy difícil ese tránsito
que nunca es sincero, sino, en todo caso, correcto.
Era un gentleman, le gustaban los mejore sitios e invitar, tan espléndido era. Según Serena, su
queridísima e imprescindible nuera, dejaba muy buenas propinas porque era la forma de que siempre te trataran de primera,
un hombre de mundo. Traspasar los 90 no supuso la menor merma para degustar copiosamente chupitos como remate
de las magníficas comidas.
El otro día fue
a una barbacoa y se tomó su
güisqui, que no era lo único que tomaba.
Le afectó el accidente y la convalecencia
de Serena, su otro bastón. Dejó
de tomar la medicación, no estaba dispuesto a cambiar de vida y morir en un
hospital. Lo ha logrado, por eso me
alegro, pero no por no poder verlo ya leyendo ávidamente en el balcón
del apartamento en la playa de Fuengirola, cuando íbamos a buscarle,
que no podremos repetir.
Tan vitalista siempre, que el último día
mío en la zona, fuimos los tres (Serena, Pepe y yo) a comer a
Benalmádena. Estaba impaciente por ir. Le digo: yo tengo un longines como el tuyo, que era de mi padre. ¿Un longines?, esto no es ningún longines, sino un no sé qué, casi de encargo. De vuelta, se lo comento a Fer (también Rosana conocía esas mariconadas) y me dice
Fer en la Noria, eso es como si aquí vienes
como un pedazo Mercedes, pero vas a
Alemania y no es nada,
es como un Ibiza aquí o en Senegal. Al parecer me falta el mundo que a
Pepe le sobraba.
2 comentarios:
Siento mucho la pérdida de su amigo.
Hay auténticas perlas entre esos libros autoeditados que recopila anécdotas personales com0o legado familiar.
En cuanto a "Luego resulta que esta gente tradicionalista de derechas es la más liberal de todas." Ya lo dijo el mismo Carlos VII con su barba florida y su perro a los pies: "Yo soy liberal de cintura para abajo".
Saludos EDH.
Recomiendo la lectura del tocho de libro:
REQUETES: DE LAS TRINCHERAS AL OLVIDO (En papel)PABLO LARRAZ ANDIA; VICTOR SIERRA SESUMAGA , LA ESFERA DE LOS LIBROS, 2010ISBN 9788497349734
Recopilación de historias personales similares a los de su amigo. Libro sin ideología ni revanchismo.
Saludos EDH.
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