Ni los
mensajes más cortos soy capaz de entenderlos, los leo siempre como si quisiera
no leerlos o me dieran miedo (anónimo o así, tampoco, como los
he recibido, me ponen), si tienen más de tres líneas el problema suele
ser otro: la falta de concentración. Por
lo que siempre al cabo de horas o días vuelvo a los correos para ver que decían
realmente que es cuando por fin me entero. Bueno alguna vez he conseguido
descifrar a la tercera lectura, cuando me acordaba haber recibido un email y haberlo leído sin leerlo.
Hammond, acabo de releer el correo que me has mandado hace varias horas. En los últimos
tiempos ha habido cosas que reconociendo que me molestaban poco o algo, les
daba la repercusión de las muy molestas, y era consciente de ese giro subjetivo,
será que prefiero las cuchilladas – sé más contenido, no te pongas tan encomiable y de paso lo extiendas dando jabón por darlo. Te podía precisar algún punto, que también se
me había pasado (encima contesto sin leer debidamente) pero no, sigue conforme al
péndulo de buenista a buenista. ¿Cómo
podéis ser tantos?
A mí se
me insulta, escupe o agrede pero que no me vengan con pautas edificantes o bordados de encomio, ni propios ni
exhortados. Están descalificadis en el emisor desde el instante de
comienzo de la emisión. Como es imposible que algo pueda servir para algo,
clamar en el desierto, qué mucho ojo con el buenismo, por toda la cursilería que
le lastra, aunque igual lo pudiera hacer más susceptible de ser replanteado,
por sonrojo, y es mejor. El buenismo no es nada porque no
vale nada, no te das cuenta que no tiene ninguna gracia salir a defender a la
humanidad. Qué buscas palmaditas en el
cogote. Por favor, a mí no me tomes en serio, es muy molesto, no es mi punto.
Estoy en la vida a mi estilo.
Otra
cosa y aquí amplío el círculo. Yo no tengo disputas con los de dentro, tengo
bastante con los de fuera. ¿Por qué ha de ser mejor no tener enemigos de clase?,
que también lo dices. Tú te lo pierdes, esto
es en serio. Es más
saludable, sí hombre sí, pruébalo. Sigo: en la segunda quincena de agosto, mi
hermano y yo a Bilbao, días antes de viajar a Málaga. Cerrado. Volveré a mi
perfil bajo (¿seré capaz?), que no cunda el pánico. Cuando era jovencito y estaba vendido a mi cuadrilla, había que jugar al mus después de comer, en
verano. Y eran partidas y más
partidas, a mí me aburría el juego, el plan, que fuera gente a la que le gustara eso, mis amigos me dejaban de gustar. Entonces empezaba a meter órdagos, mientras los demás
acumulaban jugadas, sacaban piedras y amarrecos, sopesaban jugadas, intuían cartas,
interpretaban señas. Y como
perder era mucho más innovador que ganar, pues mejor. Con el órdago ponías fin al juego.
Siento los efectos colaterales, pero el juego es
sagrado.
Hermano,
este me ha salido más críptico que el anterior, hasta yo mismo me doy
cuenta. Mañana me lo confirmas
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