Hablando de EE.UU.
Hablado de EE.UU.
Hablando de nuestros hijos: Filadelfia, Los Ángeles, Washington
Vuelta hablar de lo mismo
Hablando ahora de Baltimore
Todos los viernes voy a una librería. Uno de los libros que
compré fue “Diario de Moscú” de Walter Benjamín, a quien por fin estoy leyendo
más seriamente, pero sin pasarme. Es muy interesante y me he encontrado con los
primeros apuntes filosóficos o ensayísticos. Es el primer libro que me induce a
tener una idea topográfica o del callejero de Moscú. Benjamin empieza
a saber moverse por ella, y con él el lector. No compré el diario porque
era de Benjamin, que me interesa mucho, pero sí seguro por Moscú, aunque sabía
de su estadía allí por su amor a la actriz Asja Lacis (Benjamin es al amor un
poco más que mi hermano, o sea un anhelo
a modo de holograma en el cielo sin luna
y casi sin cielo) y su conversión más que heterodoxa al marxismo.
Como toda la Escuela de Frankfurt, por otro lado. Lo que viene a confirmar lo que decía hace
poco: mi atracción por Rusia desde la lejanía, que es lo que realmente te
aproxima. Podría tener oportunidad de ir al Sáhara, pero no pienso ir nunca.
Entre otras cosas porque no tolero que me ofrezcan té (TRES) cuando yo lo que bebo es cerveza. Yo no
ofrezco o regalo lo que me gusta mí, sino al otro. Detesto el etnoturismo de
purpurina y confetis, solidario turbante. La cultura y el conocimiento permiten los amores a distancia, no hay ninguna atracción física
que saciar. Ni siquiera curiosidad que no aporten los libros.
Heidegger fue ya muy mayor a Grecia, un viaje que se lo
compró la bruja de su mujer, iba aterrado no fuera a defraudarle y lo que había
sido un faro vital de referencia quedara desplomado por la realidad. No ocurrió, tampoco el
éxtasis.
Ayer a la noche en ese ático de ensueño sobre el parlamento
de Canarias y casa del arquitecto Marrero Regalado, de Sabela volví a estar muy a gusto, tan cosmopolita todo, su hija en LA California, trabajando en una productora
independiente, sus avatares, su época de tía más perseguida de Santa Cruz. Mi hermano,
al que ahora conmino por su bien, fue con un rosado de una marca muy menor y se
empeñó a que con el postre nos
bebiéramos ese bebedizo de clochard, tanto XY, Fer y yo lo despreciamos.
Siempre estoy feliz en ese ático, donde todo (lo que no lleva mi hermano) es
exquisito, pienso lo que nunca, que soy alguien con estilo…. jocoso. Perdón.
Fer se pone en su casa una camiseta con la bandera americana, en la que reza abajo
BALTIMORE - es la primera ciudad de EE.UU. que conoció Espy-, cuando la lleva
puesta y se ha fumado varios porros, se lo señala a Rosita, y le dice “donde va
ir a morir Jose”, me contó ella.
Ahora los blindados del ejército rojo, atravesando los
grandes ríos, el último el Oder, con sus
motores rugiendo van camino de Berlín sin fuerza humana que los pueda parar. No
he encontrado mejor metáfora para referirme a mi tercer libro sobre el sindicalismo
y el laboralismo, en el que doy cuenta de mi caso (cómo para no hacerlo), pero que no
es lo más importante. Donde hay que depositar la mirada y la atención es en
mundos muy anodinos, sin sustancia, a los que nadie presta interés, pero que
están anormalmente vigentes. Casualmente lo que hacía Benjamin. Ya marcha sobre
ruedas, o cadenas más bien. Nunca pensé que saldría tanto y tan bien. Para el
pensamiento personal es fundamental la libertad, no estar constreñido por
entornos y lugares comunes, consensos implícitos. Hay que aportar. Tratar de
ser y ser referencia obligada.
Si con Vasca cultura de altura cerré una etapa o compromiso
con mi país, incluso con mi padre, con
este tercer libro cierro otra que no creía que me pudiera reportar el
más mínimo resultado intelectual o cultural, incluso educativo o de urbanidad. O tan pedestre como la siembra de remolacha en campos exhaustos. Vaya que lo he sacado, era el único que podía
hacerlo y lo estoy haciendo. El obrerismo sindical objeto de crítica
intelectual, tanto que he denostado el pensamiento pancarta...
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