domingo, junio 29, 2014

Aquella tarde en Fuengirola


Últimamente cuando escribo algún post político, de forma invariable, lo borro, además cuando está casi terminado. Lo que me ha pasado hoy. Tiempo perdido.
Estoy como un devoto leyendo al soviético Ilya Ehrenburg, toda la vida llevaba oyéndolo (ruso con apellido alemán: judío) hasta que hace  hace unos años  leí su libro sobre España y la guerra civil, y después compré  una novela  sólo porque era de él, sabiendo que no la iba leer, lo que he cumplido.
Tuve en mis manos el libro en Fuengirola en un primer momento en la librería Teseo, que está muy bien, donde oí una conversación de personas  cultas. Hablaban de la mítica Gauche divine de Barcelona con conocimiento de causa.
El último jueves de mayo el día era primoroso, comimos tarde Serena,  XY  y yo en el Diamante y en lugar de subir a casa, me bajé del coche en el paseo. Me entró un deseo imperioso  de pasear solo por la avenida marítima, como si llevara años  esperándolo. El mar estaba azul como el cielo, sin mácula, reinaba la armonía y la perfección parecía dibujarse en el horizonte. Es muy difícil vivir la experiencia de intimidad, llegar a algo como la realidad  perceptiva del espíritu, donde no se encuentra nada sino el vacío en el que realmente somos y sobre el que nos constituimos, o más bien flotamos.  En la vida ordinaria, como todos,  estoy atravesado por inquietudes, ansias, deseos y demás variantes  emocionales. Lo que es la experiencia de mismidad es imposible de vivirla, es como si acceso estuviera ocluido, sellado.
Yo sólo lo experimento en los viajes, jamás en mi vida ordinaria, además en ningún momento del día. En realidad  los viajes para mí vienen ser al interior de uno, a sí mismo. No hay que ir que ir a Katmandú, al desierto de Arizona, ni subir al monte, es una experiencia netamente urbana y solitaria, de descubrir  o rozar la mismidad, la sustancia de la intimidad que carece de objeto y finalidad, ni acoge nada que no sea esa esencia huidiza y siempre velada.
Fuengirola, media tarde, no era verano pero el día lo era, llego a sentir con  desacostumbrado agrado la temperatura, algo que muy raramente experimento y si lo hago es como mera constatación,  menos para sentirme enormemente complacido –empiezo a hablar como un viejo- . La línea  de casas del frente marítimo tiene su  lugar exacto  junto a la playa y el mar, siento mi cuerpo fuerte. Me tomo un helado sentado en un banco –no creo  haberlo hecho nunca  en mi vida, salvo que de niño mis padres me forzaran a ello-  debajo del castillo árabe. La gente me parece agradable e interesante. Me fundo con la tarde y el entorno infinitamente acogedores, la máxima intensidad de no pensar y dejarse  sentir. No tengo ningún  afán  ni deseo, estoy sumamente a gusto, soy muy feliz.
Mi rapto desaparece, pero no del todo, ya no puedo caminar más allá de mis propios límites como antes, voy a por Ilya Ehrenburg, tiene más de  mil páginas, lo compró y un lápiz, me voy a la zona próxima al castillo y me  acomodo en una mesa de dentro de un bar. Llevo camiseta y me siento alguien algo distinguido, educado, cívico, con cierta nobleza  de espíritu que quizá pueda traslucir, y me pongo a leer –la dueña que me ve leer y tomar aguas minerales creo que lo está pensando- , pues ya voy por la página 715 de sovietismo intelectual.

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