domingo, junio 22, 2014

Fuimos, y así quedamos

 
El papel pintado de las paredes con sus cálidas franjas  verticales, parecen acoger y participar del orden de las esferas del cuadro, igualmente ascendentes o descendentes  como burbujas de un gas pesado o círculos de una geometría corroída . No está mal, y siempre que subo me gusta mirarlo.
 
Durante los días del éxtasis marbellí y en particular al atardecer del brunch en la playa, se superó definitivamente unas desavenencias entre  dos personas en presencia de los mismos  italianos de hace algo más de 20 años. El regreso de Yisas, la boda y el encuentro del viejo núcleo de la juvenil pandilla, que se conformó entonces  a las dos vertientes de los cuarenta años, ha disparado los recuerdos. El lunes pasado y ayer, de cuando son las fotos.
En 1992 llegó Yisas a protegerse de la pérdida de su pareja, para ver a Al y Serena, a quienes pensaba encontrar solos,  recién llegados. “Yo que venía de Chueca –vivía allí- me quedé asombrado con vosotros, de la que teníais montada aquí ¡qué fiestas y qué salidas!
Ya no somos nada, pero fuimos muy divertidos y vitalistas, algunos hacíamos mucho ejercicio físico, sin que una resaca lo impidiera una sola vez. Como australianos. Transgresores, dice Rosita;  no había fiesta que no acabara con su streptease de  ballet o cabaret, según. Yisas no es capaz de recordar  en que casa se organizó una vez  un  duelo de penes, tipo sables, era a herirnos con el contacto y su sajo, entre Fer y yo. Recordamos, y  yo apunto: fue aquí y  seguro que el día que dejé caer a la pobre Marian, que nos abandonó hace muchos años, al sofá -de donde  ahora saco las fotos-  que se rompió.  
-Sabrás que con tus juegos de matonismo conmigo –dice Fer- ,  me hiciste una fisura en una costilla-. Los refuerzos que nos venían de Madrid, hermanos de Al, causaban muchas mayores devastaciones. Las fotos en casa tras una de aquellas cenas, solía ser bakalasera de importación, bailando todos agarrados como si fuera (eran también, hasta el strepstease de Rosita) un guateque, pero en los que ya no  se apagaban las luces.  Las bragas a modo de bandera o pabellón en el mástil del mercedes negro que Al compró en una subasta del Cabildo, los últimos mercedes negros, tras salir del Pachá del parque la Granja, los choques por detrás y las piruetas para lograrlo entre Al y yo.  La noche  que hicimos crujir  -qué densidad, hubo quien creía que iba a una cena normal, pero nosotros fuimos todo el equipo- la casa de Felkstian entre Santa Cruz y Candelaria. Serena me decía, estás vivo, porque esquivé el tacón de Rosita. Las comidas en el jardín boscoso de la casa de la Cuesta de Al y Serena, y la vecindad y  amistad intelectual, era profesor de letras, con un exfascista italiano, Renato  –que en Treviso con cascos de moto y bates de beisbol tenía enfrente a Stefano, de extrema izquierda y con él que ahora andaba  por Santa Cruz-,  exiliado –no podía regresar a Italia- tras el  macro proceso contra Ordine nero. Cuando  subí a Guanar  a  la casa del bosque de La Cuesta , y tiraba las colillas al suelo, los italianos, los amigos y conocido que teníamos. La guía de playas, la inventiva y las cervezas. Yisas haciendo trabajo de campo en Galicia.  Los círculos como conjuntos y subconjuntos. Teníamos (pocos) hijos y a la vez éramos unos hijos muy  respetuosos. La Juventud era un método que la genética o la providencia había inscrito a fuego en nuestra psique, y que jamás llegaba a desvanecerse, antes al contrario a erguirse como las olas incesantes del mar.


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