La vida a veces
cobra una realidad que solo puede desdoblarse
en escritura, por intensa y sostenida que sea la acción exterior. No es que haya
caída en la escritura por ausencia de acción, de hechos, sino que ocurre a
pesar de la envergadura de estos. En las teclas y en el acto de escribir se
sacia la necesidad de reflexión y
autoanálisis. Y transmisión. La acción puede consistir en esa doble escritura,
una como soporte subsidiario, pero otra como
instrumento principal.
Lo que ayer se formalizó, se venía gestando desde hace meses. Uno sabe elegir el momento de responder, tiene aguante, y lo hace con todas sus capacidades. Como va a traer mucha cola, todo se irá sabiendo. Entre otras cosas porque yo quiero que se sepa, normalmente ante este tipo de situaciones tan escandalosas, los concernidos en ellas buscan la opacidad y la discreción, yo en cambio la exhibición. Muestro así mi pulso, que es importante. La determinación es el gran argumento, el que simbólicamente cobra mayor sentido. En estos trances es cuando yo reflexiono sobre mi vida, ni muy plana ni trepidante, con algunos combates librados, que curiosamente no fueron en la juventud, que es tiempo de juego.
Lo que ayer se formalizó, se venía gestando desde hace meses. Uno sabe elegir el momento de responder, tiene aguante, y lo hace con todas sus capacidades. Como va a traer mucha cola, todo se irá sabiendo. Entre otras cosas porque yo quiero que se sepa, normalmente ante este tipo de situaciones tan escandalosas, los concernidos en ellas buscan la opacidad y la discreción, yo en cambio la exhibición. Muestro así mi pulso, que es importante. La determinación es el gran argumento, el que simbólicamente cobra mayor sentido. En estos trances es cuando yo reflexiono sobre mi vida, ni muy plana ni trepidante, con algunos combates librados, que curiosamente no fueron en la juventud, que es tiempo de juego.
En mis escasos pero grandes combates, siempre encuentro el mismo
modelo enfrente. Un poder que busca imponerse, que tiene ramificaciones con las
que escabullir la frontalidad y en las que se apoya, y que subestima al
contrincante, porque me consta que de saber como era no creo que les hubiera
compensado. Los de ahora son un poder de limitadísimas capacidades formativas,
intelectuales y morales, sin bagaje alguno, hiperinflado, grotesco...
Uno nunca se ha sentido perteneciente a ningún grupo,
simplemente no se ha dado, incluso muchas veces profundamente alejado (y no
retóricamente) de ellos, por ejemplo el profesional, ¡no digamos otros! pero trataba
de atenuarlo, de no desentonar demasiado.
La mucha edad tiene al menos un beneficio,
que libera mucho. No pertenecer ni a
grupos ni áreas confiere mucha movilidad y libertad, que los más tontos son incapaces de comprender. La máxima movilidad es
la mayor virtud estratégica. Prescindes del ethos, sólo actúas moralmente.
Estratégicamente ya has vencido, es así. En una contienda
seria, en la que ya has decidido que no va haber marcha atrás, podrás o no obtener derechos propios, pero hay algo más,
que es un objetivo: la denuncia, el análisis de los micro-organismos que a nadie interesan, ya excéntricos, de estructuras
periclitadas y pervertidas, cobijo de personas que en el mundo no tendrían la
más mínima presencia.
Yo tengo la suerte de haber estudiado esos nichos. En mi
visión de ellos nadie ha reparado, aunque muchos los imaginen.
Dado el ras del desierto yo podría ser hasta un teórico, pero ocurre que también soy un activista, que
algo he hecho, que es aquel que actúa en el espacio público sin efectivos ni permisos, que es lo contrario al burócrata -muy
preparado- que ha parasitado la vida
tras la pancarta.
Ayer sin ir más lejos me vinieron a ver Fer, Yisas, el Niño
y mi hermano -abro frentes muy desacostumbrados, ante las más ciegas e inertes mecánicas del gris más insolente- que estuvieron una hora en
aquel paisaje polaco de los años 50. Los dueños del cortijo ni rechistaron.
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