Aunque he tenido muy variados intereses a lo largo de mi
vida, no recuerdo épocas largas en las que me haya desentendido por completo
del pensamiento político. Lo que si llegué
a aborrecer fue las conversaciones de política cotidiana y jamás sigo a
los que las sacan. Nunca. ¿Desprecio? Me temo que sí.
Uno de los intelectuales que admiro es el británico,
fallecido hace tres de años, Tony Judt, que salía mucho en El País. Fue de
izquierda, pasado por Cambridge, y con el que me identifico casi plenamente; lo
que hace vislumbrarme método
silogístico mediante como alguien también perteneciente a la cultura de
izquierda, aunque preferiría no serlo. Lo que no evitaría, aún no sé a quién hacerlo, votar al Pp. Si me
interesa la política será por algo, por tratar de desentrañar la realidad objetiva (cositas irrelevantes
como mercado unificado mundial y concurrencia de agentes también internacionales que arrasan ombligos), no
por el vocerío de al lado, que dudo que lean a Tony Judt por citar uno solo.
El libro de Tony Judt sobre la responsabilidad recae en Leon
Blum, Albert Camus y Raymond Aron, tres franceses de gran
talla intelectual. Del que apenas sabía
era del socialista Leon Blum que fue presidente del gobierno del Frente Popular
francés (estos no quemaban iglesias ni asesinaban monjas) en 1936, pero no es alguien que me interese. Sí y
mucho Camus y Aron. Raymond Aron, de sólida formación filosófica, que Camus no
tuvo, es considerado actualmente como el gran intelectual francés del S XX.
Tanto Camus como Aron
tuvieron que soportar la mayor soledad y ostracismo de sus pares franceses.
Perteneciendo los dos a la crème
intelectual parisina (Camus era un argelino incorporado, pero Raymod Aron había
sido compañero de Sartre y de Paul Nizan en la École
Normale Supérieure, pura elite), fueron excluidos de ella por el prácticamente unánime coro de los compañeros de viaje de
Stalin que copaban círculos intelectuales, universidad, medios, opinión común.
Pero seguían reconocidos fuera de Francia y en otros ámbitos, pero no en el
suyo.
Habían osado denunciar el comunismo, los procesos de Stalin,
los campos del Gulag, las invasiones de Hungría, Rumanía…., la semiesclavitud,
el totalitarismo. Tanto Camus como Raymond Aron había estado combatiendo a los
nazis desde la primera ahora, que no era el caso de Sartre, Simone de Beauvoir,
Merleau Ponty…. capos de Stalin después.
Las Memorias de Aron resultan apasionantes, yo había leído El opio de los intelectuales (1955) la mejor
crítica intelectual-filosófica del comunismo que se haya escrito nunca.
Conocía a Marx muchísimo mejor que ese
amasijo humano y moral que fue Sartre, el apóstol burgués de la violencia
revolucionaria, hoy felizmente olvidado.
Aron advierte de que la política es irracional y que los
argumentos racionales no sirven para modificar ideas, por cuanto éstas están
alojadas en el mundo de los sentimientos, para los que los argumentos de la razón no son más que balas de fogueo, y que
cada uno cree lo que quiere creer. Con extrema resignación había descubierto
esa realidad palmaria hacía tiempo, por autores de prestigio que así lo reconocían, Savater, Azúa... e incluso, a otra escala mucho menor, por mí. Mis artículos de prensa gustaban a los que
compartían ideas conmigo, y supongo que poco o nada influí en nadie, que es lo que buscaba. Al menos
creo que molestaba y que concretaba una fisura, un eslabón roto, un adarme de
oxidación en el monolitismo de la opinión común.
2 comentarios:
¿Será el próximo libro de comentario en el casino/oliver?
¿Para cuando el comentario cena sobre bateson? Qué ya me lo terminé y se me esta olvidando...
Saludos edh
Se de dos que no han principiado, no hay concertación ni concentración.
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