martes, julio 23, 2013

Ya nadie se casa en España

Dos universos : la afectación y triple moral de didácticos muy intelectuales, frente a lo que se ve. Congratulations
 
Te puedes encontrar a conservadores, apegados a todas las tradiciones, burgueses muy orgullosos de serlo, que te dicen que ninguno de sus hijos está casado, pero que “viven juntos”, y le ponen su punto de ufanía al dictum. En España es imposible no encontrarse con alguien que no vaya de algo. Todos tienen algo que demostrar y afianzar, antes que nada mucha satisfacción, da igual por  una cosa que otra.  A ver si va a resultar que ronda  el filogenético liberalismo español, igual de deificado históricamente  por izquierda que derecha.
Dudo mucho que la generación mejor preparada de la historia de la humanidad, como pareciera,  sea la hispana, entre otras cosas porque para hallar la media habría que dividir por varios records: fracaso, abandono, ni-nis, capas analfabetas de áreas completas...
Por qué no se nos  casarán los jóvenes hispanos: ¿por ser muy avanzados y modernos, por sabios e ilustrados, por autenticidad y jamás afectar credos y ondas de moda… por ser avanzadilla de un nuevo orden social próspero y ejemplar en virtudes,  nueva moral y ¡oh! nueva antropología?
Es todo mucho más garbancero. No se casan porque ellos “no firman” y no quieren compromisos ni palabras mayores, el joven mejor preparado de la historia, necesita sustraerse a compromisos y alteraciones de estatus, quiere  tener un pie dentro y otro fuera, estar  pero no estar, comprobar derechos y eludir sorpresas. Pero también afectar una imagen  de anuncio y playa, que revoque  su mediocridad tan palmaria. No toleran la más mínima zozobra, la posibilidad de fracaso. Que en su vida no se produzca ni un solo corte simbólico, que todo sea continuidad, intendencia, conservadurismo.  Hay un fenómeno superestudiado en Europa, y es la infantilización de la sociedad. Eternos adolescentes de padres perplejos, que se inocularon (los padres) –sin pretenderlo- el Mayo/68 a punto de cumplir los 40 años. En lo que España, por cierto, se sale una vez más. ¡Record! ¡Tierno país!
Cabe colegir que nada  saben de símbolos, ni de mera  intuición de lo sagrado y lo profano,  de ritos y liturgias, de la función inaplazable  de la belleza. No se casan, pero luego van a comer con los “suegros” los domingos, aguantan a cuñados, celebran cumpleaños, es decir se quedan con todo lo indigesto a cambio de otro lecho con más calorcito.  “Vivir juntos” tiene esa ventaja, que sin ninguna zozobra ni cambio, dispones de más mantas. Desde luego, ni uno solo vive juntos por morbo de pecado o ilicitud. Es otra economía y gestión de afectos: tipo microondas.
No se atreven a saltar ni siquiera con red. Tienen divorcios ilimitados, se pueden casar ante el juez, el concejalato, la Iglesia, el rito gitano, en una playa de Ibiza, pues ni por esas, ¿qué les dará tanto miedo a los más preparados? ¡Cómo y por una vez tanto rechazo a tanta oferta! Delicuescente adolescencia.  Todo lo que intentan, ingrávidos, es flotar.
Casarse implica al menos compromiso, apuesta, aventura –no modorra y continuidad-, arrebato –irrupción de la pasión y la locura- y celebración, luna de miel –no vacaciones-, ruptura. Por eso son tan conservadores, lineales, enemigos de escaramuzas y fiestas, timoratos.
La celebración de la boda  a la adolescencia amorfa y conservadora  le estremece, porque es gasto, derroche, fiesta, descontrol y el grito de máxima plenitud de ¡pago yo!  
 

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