Conforme exige la invitación ya tengo un traje oscuro de verano y una corbata
como jaspeada, muy bonita. No tengo los clásicos zapatos negros, o color granate de vestir, ni los voy a tener.
Todos esos zapatos para Fer. Aunque tengo unos que sirven (de lejana filiación bohemia).
Mucha ilusión por ir a la celebración de la exaltación al
trono del rey marroquí, en el hotel
Santa Catalina. En menos de año y medio será la tercera vez que vayamos a nuestra isla (también es la de mi hermano –que no ha sido invitado), donde
he sido excelentemente tratado, todo ha sido interesante hasta donde ni cabía
suponer; enormes contactos (cuando mi desinterés por conocer gente es máximo,
otra cosa es que me la tropiece); aunque
odio la palabra experiencia -nunca la empleo-, las habidas han sido
inmejorables, entre otras cosas por su radical imprevisibilidad. Son como
premios (sin presentarse), aunque por nada, porque no es la consumación de un
propósito largo y difícil tras media vida de dedicación. Lo que lo hace
aún más sorpresivo. El debate el año pasado en el club la Provincia no tendrá repetición,
cuando de repente
la historia de joven llega hasta muchas décadas después, con un largo
camino recorrido. Fue un bucle o una espiral más que un círculo. Entreví una
clara continuidad, sinuosa pero continuidad, por la politización, el lenguaje
que sé manejar, el debate, enfrentamiento…
Al haber carecido por
completo de proyecto vital, todo se ha dado, ha sobrevenido, por lo que debería estar desautorizado para manifestar asombro ante los
inesperados quiebros o situaciones de mi vida. Pues seguramente; ahora tengo mi
isla (Las Palmas) en la que soy plenamente feliz cada minuto (eso siempre, pero ahora más), me interesa el
Magreb y asisto invitado (por escribir) a una recepción consular que no es del gobierno vasco, que hubiera
resultado incluso más plausible y
potencial, y a la que por supuesto no asistiría. Aunque no se hubieran vislumbrado
caminos en mi vida, sí había un trazo, porque siempre hay trazos, del
que al parecer me ha salido bastante, incluso del marco que lo podía acoger. Por tanto, una noche de verano frente al Atlántico que mira frontalmente a África, en un hotel magnífico y colonial, bajo una bandera distinta a las que llevan 40 años inundando las calles de España, que son tan promisorias de razón (muy comprimida, una gragea a la semana), pluralismo, muchísima inclusión, y mucha democracia para todos, que dan ganas de mugir o balar según se coja la nota. Por tanto, ver una marroquí tiene que ser sugestivo, una incitación a viajar con la imaginación, el runrún de Las mil y una noches, extraterritorialidad (me conformo con la sensación: no ir a tal o cual sitio, sino mero salirse de España), novedad, exotismo, cruce cultural y de negocios. Y ver los invitados, ser testigo… con traje de verano (italiano).
Además de ese acto de total novedad, lo que produce mucha ilusión, habrá búsqueda intensa, fanática de literatura canaria. Menos de dos días que comienzan el martes por la mañana.
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