jueves, febrero 14, 2013

Relato "Los hermanos abogados"

Eran dos hermanos abogados que residían  en Augusta, la capital del Estado de Maine, estado  que dio nombre al famoso acorazado cuya voladura desencadenó la guerra hispano norteamericana y a  resultas de la cual, España perdió Cuba, y en cadena Puerto Rico y Filipinas. Quienes visiten el South Beach de Miami tienen una cita en el museo Wolfsonian, que no deben dejar de cumplimentar,  allí están perfectamente documentados los hechos de los que hablo.
Aunque los hermanos abogados se dedicaban a  cuestiones jurídicas, por una serie de circunstancias que no viene al caso exponer, comenzaron a acudir a una televisión local de un pueblo  de la costa, cercano a Augusta. Muy pronto despuntaron: eran humorísticos, divertidos, cultos, desacostumbradamente  críticos,  e incorrectos hasta la  beligerancia; defendían ideas personales y jamás reproducían  las editoriales de los periódicos ni las opiniones mayoritarias de las calles. Y menos con el rictus grave de quien se escucha decir  el decimonono lugar común en un cuarto de hora.  Algo que   les producía asco y desdén y  actuaban, consecuentes, con virulencia, a veces, inusitada. Las monjitas irlandesas (católicas) no solo  dejaron de ver ese canal, sino que colgaron unas sábanas en las ventanas más altas de su residencia, en las que podía leerse: “Stop the brothers”.
El consejo de la administración de la cadena  al comprobar todas las expansiones y sobre vuelos dignos de aviones de combate de los hermanos, les encomendó una ambiciosa gestión inmobiliaria, que ejecutaron a pesar de las dificultades que implicaba, y sin percibir nada a cambio, lo que era un trabajo que   devengaba derechos y honorarios.
Hasta que un día uno de los hermanos, que no había recibido ni un peso, ni tampoco  mácula de agradecimiento o consideración, dijo que se retiraba del asunto, que de gratis total nada; tan razonable le pareció a su compañero y hermano que  decidió  acompañarle en esa decisión tan ponderada.
Mr Dream,  uno de  los que había efectuado el encargo profesional, tras  el oficio pentecostalista de un domingo de aquella primavera, dijo bien alto a su salida que él no le había hecho nada al abogado A para que dejara el caso. Una urraca que oteaba desde la copa de  un arce y le oyó, de un graznido le tuvo que recordar: “ni siquiera pagarle”.
Los hermanos abogados habían decidido no pasar una elevada minuta por todas las gestiones realizadas en la expansión de los negocios. Pero hete aquí,  que quienes en todo caso debían de abonar las gestiones de las que  eran objetivamente deudores y que incluso cabría tasar, se hicieron los ofendidos y le quitaron el saludo al abogado A. La completa inversión, como si  abogado A les debiera algo a ellos  y no, completamente al revés,  ellos a él. Antes se había comentado en un círculo próximo a aquellos, que abogado A no tenía personalidad  ya que seguía a  abogado B, sin ni siquiera ponerse ninguno de ellos a pensar  en la consideración de todo orden que a A le podrían merecer (poco lisonjera).  No eran de  mucho pensar, desde luego, ni siquiera en cosas simples y evidentes.
Los abogados bromeaban con esos temas en sus círculos, que eran vivos y variados.
Había ocurrido  en aquella época en Maine,que  en determinados ambientes  los deudores, lejos  de estar  poseídos de la educación del agradecimiento y las obligaciones, se creían únicamente titulares de derechos con la irresponsabilidad enfermiza propia de niños mimados que propenden a sentirse  acreedores, cuando en realidad no son  más que deudores.
Esa situación llegó a un punto, que los hermanos  dudaban si pasar como habían hecho hasta entonces u ofrecer un marco de equidad y justicia para que todos supieran cuál era su lugar real. Confiemos en que permanezcan en su primera actitud. Entendemos que más dislates puedan llegar a ser interpretados como provocaciones por los hermanos abogados. No en vano sigue muy presente el caso del Maine.

2 comentarios:

Protocletos dijo...

¡Cómo se parecen entre sí todos los pueblos costeros! El rumor del mar, las inundaciones periódicas de las avenidas martítimas, el típico torreón derruido...

Anónimo dijo...

Lizundia esperamos la segunda parte de este intrigante relato!!!!