Aunque los hermanos abogados se dedicaban a cuestiones jurídicas, por una serie de circunstancias que no viene al caso exponer, comenzaron a acudir a una televisión local de un pueblo de la costa, cercano a Augusta. Muy pronto despuntaron: eran humorísticos, divertidos, cultos, desacostumbradamente críticos, e incorrectos hasta la beligerancia; defendían ideas personales y jamás reproducían las editoriales de los periódicos ni las opiniones mayoritarias de las calles. Y menos con el rictus grave de quien se escucha decir el decimonono lugar común en un cuarto de hora. Algo que les producía asco y desdén y actuaban, consecuentes, con virulencia, a veces, inusitada. Las monjitas irlandesas (católicas) no solo dejaron de ver ese canal, sino que colgaron unas sábanas en las ventanas más altas de su residencia, en las que podía leerse: “Stop the brothers”.
El consejo de la administración de la cadena al comprobar todas las expansiones y sobre vuelos dignos de aviones de combate de los hermanos, les encomendó una ambiciosa gestión inmobiliaria, que ejecutaron a pesar de las dificultades que implicaba, y sin percibir nada a cambio, lo que era un trabajo que devengaba derechos y honorarios.
Hasta que un día uno de los hermanos, que no había recibido ni un peso, ni tampoco mácula de agradecimiento o consideración, dijo que se retiraba del asunto, que de gratis total nada; tan razonable le pareció a su compañero y hermano que decidió acompañarle en esa decisión tan ponderada.
Mr Dream, uno de los que había efectuado el encargo profesional, tras el oficio pentecostalista de un domingo de aquella primavera, dijo bien alto a su salida que él no le había hecho nada al abogado A para que dejara el caso. Una urraca que oteaba desde la copa de un arce y le oyó, de un graznido le tuvo que recordar: “ni siquiera pagarle”.
Los hermanos abogados habían decidido no pasar una elevada minuta por todas las gestiones realizadas en la expansión de los negocios. Pero hete aquí, que quienes en todo caso debían de abonar las gestiones de las que eran objetivamente deudores y que incluso cabría tasar, se hicieron los ofendidos y le quitaron el saludo al abogado A. La completa inversión, como si abogado A les debiera algo a ellos y no, completamente al revés, ellos a él. Antes se había comentado en un círculo próximo a aquellos, que abogado A no tenía personalidad ya que seguía a abogado B, sin ni siquiera ponerse ninguno de ellos a pensar en la consideración de todo orden que a A le podrían merecer (poco lisonjera). No eran de mucho pensar, desde luego, ni siquiera en cosas simples y evidentes.
Los abogados bromeaban con esos temas en sus círculos, que eran vivos y variados.
Había ocurrido en aquella época en Maine,que en determinados ambientes los deudores, lejos de estar poseídos de la educación del agradecimiento y las obligaciones, se creían únicamente titulares de derechos con la irresponsabilidad enfermiza propia de niños mimados que propenden a sentirse acreedores, cuando en realidad no son más que deudores.
Esa situación llegó a un punto, que los hermanos dudaban si pasar como habían hecho hasta
entonces u ofrecer un marco de equidad y justicia para que todos supieran cuál
era su lugar real. Confiemos en que permanezcan en su primera actitud.
Entendemos que más dislates puedan llegar a ser interpretados como
provocaciones por los hermanos abogados. No en vano sigue muy presente el caso
del Maine.
2 comentarios:
¡Cómo se parecen entre sí todos los pueblos costeros! El rumor del mar, las inundaciones periódicas de las avenidas martítimas, el típico torreón derruido...
Lizundia esperamos la segunda parte de este intrigante relato!!!!
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