Prudente huida de las librerías, un mercado global con ofertas más sugestivas que nunca antes se habían podido ver –nuevos valores o rediciones-, mostradores pletóricos con los autores y libros que soñamos. Entre miles de SMS, emails que leer, tuits, blogs, digitales, whatsapp que leer, facebook que leer. Más no se puede leer. ¿Queda margen para libros, para cuáles, cuánto, quiénes…?
Pero ahora estamos en una librería repleta de mostradores titilantes, que alegran la vista con sus títulos y el cuidado de las ediciones, tanto que elegir… pero qué elegir ¿lo local? ¿Es acaso mejor, parecido, equiparable..? Recuerdas algunos sesgos y un amigo muy remilgado que decía: no son libros, son fotocopias (digital) fresadas - offset: las grandes-, ni siquiera cosidas.
Donde no hay las tentaciones, realidad comparativa ni las jerarquías rotundas de las librerías es en las presentaciones. Si no hay industria editorial tampoco puede haber ventas industriales ni mercado, sino por goteo de familiares y amigos. Sencillamente no existe demanda/ lector. No es lo mismo que la Administración compre 150 libros (uno compra 150 -va a depósitos) que 150 compren cada uno un libro. En este juego múltiple la Administración financia lo que luego va a comprar. Un círculo perfecto de doble pago. En miles de páginas, en decenas de encuentros ni una sola vez encontraremos la palabra mercado ni demanda ni industria. Se fabula desde la fabulación. La ficción precede.
Se está en todo momento fuera del mercado y la demanda, ni asomo de algo que pudiera tomarse como industria editorial, y solo mantenida artificialmente por el dinero público, pero actuando, hablando y simulando que existe mercado y jugando a escala de las grandes editoriales, con agentes, fenómenos literarios, potentes contratos, escritores rifados por editores agradecidos por todo lo que les dan a ganar.
6.000 lectores, una cifra razonable: creo que Juan Manuel de Prada a día de hoy. Moderación ahora de quien vendió mucho. Dato nada importante, que por supuesto no afecta al juego general.
Esa es la verdadera ficción de nuestra literatura, la gran fábula, el mayor simulacro. La impostura, aunque sumamente inocente. Un juego muy tierno que no hace daño a nadie. Un montaje en el que participan muchos, porque ese es el marco de comprensión de siempre. 30, 40, 50…libros vendidos. Pero les oyes hablar y parece que están en el mercado y son cotizadísimos. “Mi editor”, y la gente gira la cabeza, no dicen mi “agente literario”… y la gente trata ahora de reconocerles…- en un bonito juego en torno a alguna decena de libros vendidos el día de la presentación, porque ahí acaba normalmente la fiesta. Un chirrido inocuo.
Más adelante podemos debatir sobre cuántos libros –y por supuesto calcular y cuantificar- se han de vender en una editorial no subvencionada, -es más que posible calcularlo- y ver cuantos autores pueden interesar a la gran editorial. Creo que poquísimos. ¿Cuántos libros habrá que vender para tener una mínima ganancia...? Son muchos. Muchos. No son 30 ni 100 ni siquiera 500, tampoco mil. ¡Pero quién los vende! Sin contar bestseller (prefiero los de 50), tengo muy pocos nombres. Ya estamos completamente fuera sin remisión de la edición, en órbita estratosférica. El juego parece que ahora sí puede verse afectado. Un mundo que desaparece por completo, jugando.
Pero las fórmulas nuevas se multiplican, la crisis acucia a todos, la profesionalización, los acuerdos, la cooperación entre agentes se fundan en la creatividad y la colaboración: un mundo radicalmente nuevo donde la incidencia tecnológica es suprema.
Nunca como ahora han sido mayores las oportunidades, la elección de objetivos, el conocimiento de lo que se hace por las tecnologías de difusión, e incluso el reconocimiento. Un manto de prejuicios y fantasías impide verlo.
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