Éstos, los más capaces –que se han hecho un hueco en la historia local de la infamia -, sobrados de dotes para el gobierno como han demostrado, se dedicaron a refutar al mundo, a sus universidades y museos, a la Historia, a la memoria (cartografía, tratados internacionales, heráldica, realidades objetivas) y a las nociones básicas de los demás países, reordenando los mapas políticos y las constancias históricas de España que el mundo también había creado y conocido. Éstos, los más capaces, adanistas -que es la incultura ya solidificada- reinventaban España (estos Ortega y Gasset, estos unamunos, azorines, madariagas, marañones, estos menedez pelayos y pidales… intelectualmente camisas pardas) diciendo entre otras cosas que España era un concepto discutido y discutible, lo decían con la ampulosidad solemne de los más zafios, como si vivieran en los bares de Hernani, en los lúgubres batzokis de Bilbao, en la sacristía de Montserrat y en la Casa del Pueblo de Las Rozas. Inventaban naciones que jamás existieron, desconocidas por el mundo. Inventaron una memoria histórica que era pura ignominia, sectarismo y revanchismo enfermizo y una falsa II República, inventaron éticas y confiaron en la ingeniería social en la enseñanza, inventaron estados grandes superficies en el que el poder de sonrisa falaz paseaba por pasarelas afectando encanto de izquierda, lo inventaron todo.
La realidad implacable de la crisis les ha arrojado al basurero de la pasayada, bajo las coordenadas de la realidad objetiva todas los enunciados, inventos, debates que relucieron en el horizonte aparecen ya revocados, mendaces, increíbles, a una cota de la estupidez del Poder capaz de compertir a escala mundial en la Historia.
A medida que la realidad se vaya imponiendo, por la crisis, más alucinante nos parecerá, a poco que hagamos memoria, las preocupaciones, debates, tesis, valores, tan delirantes y bobos, del día a día durante este tiempo.
No podemos tolerar que el delirio de cuño oficial de las masas jaleadas por el poder de los ineptos expandido en masivos estados de opinión ahogue nuestros delirios más personales y auténticos.
El principio de realidad en el espacio público y en la sociedad es innegociable, gracias a él podemos habitar en nuestro propio delirio, la imaginación y en la fuerza de la creatividad, siempre a título individual.
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