Iba esta mañana a cruzar la calle a la acera de El Corte Inglés cuando ha emergido de un lateral y a mis espaldas Yussuf, que subía del puerto o de algún lugar de la Estación central.
Yussuf, todo principesco, llevaba la barba y el pelo recortados en consonancia con su traje –un mod hecho a tijeretazos, un mod geometrizado, ni luengo ni oblongo, un mod de una única credencial: todo negro-, que parecía un becario del Museo Oceanográfico de Mónaco, un súbdito científico de un Príncipe Alberto que impusiera la actitud erguida, y del que colgaba a su espalda un morralito con su uniforme de intermediario recién planchado. Llevaba unas gafas de sol de minero chileno, a quién el sol trémulo de las 9 de la mañana pudiera embrutecer, o de esquiador de descenso que necesitara contrarrestar todos los matices del blanco uniforme de la nieve para poder alzar vuelo.
¡Oh Yussuf, zaíno príncipe beduino! Murmuraban como en un rezo las emigrantes peruanas y ecuatorianas que salían de la Estación central para dirigirse al servicio doméstico, y que venidas de los Andes no entendían la irrupción de un motivo del desierto tan altivo y veloz. Pero Yussuf, con su morralito, no estaba para nadie, tan solo para sus operativos en el distrito financiero.
Incluso a mí, que con gusto apelo a los distintos lenguajes de signos, me ha sorprendido el gesto con la mano que me ha dirigido, cuando poco algo dudoso y volátil: grácil, lo dejaremos así.
Me he girado para ver al beduino en su camello y una emigrante o peruana o chilena de Atacama, aún desconcertada, ha dejado caer: ¿Será un hermano minero sediento de luz, que debe protegerse de su lumínica voracidad o alguien del desierto?
Nos bañaba la luz todavía tierna de las 9 de la mañana, pero las gafas de sol tan compactas prevenían, debido a un viejo hábito del desierto, de los rayos del sol que desde el camello atraviesan justo por arriba el horizonte de dunas.
Debo concluir indicando que, para Yussuf y algunos otros, Toxie es su profeta, oráculo y chamán.
3 comentarios:
Yussuf es la última gota de agua fresca que queda en el desierto. Me alegro de las cosas buenas que le pasan y, sobre todo, de las que le están por pasar.
Sabía que mi falta de gentileza bien me iba a costar un hueco en este blog. En mi descargo, si es que tal actitud tiene defensa alguna, he de indicar que la hora tercia ya había pasado sobradamente y el camello es un animal muy obstinado que no descansa hasta alcanzar su destino, sea éste un oasis o un pedregal.
Si zaina es mi realeza (a la que nunca aspiré) ciertas son estas mis disculpas y vaya por delante mi compromiso de estrecharle la mano en el próximo encuentro en las dunas de la ciudad (salvo que tal saludo le cause cierta desazón por lo "grácil" de mis movimientos...)
Es un crack, una palmera en medio del Gobi, un auténtico lujo zaíno entre cientos de grises. Le deseo lo mejor.
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