La analogía con el 11 de septiembre ha sido superada por los acontecimientos. A medida que el ejército israelí ha recuperado el control del territorio, sellando otra vez la valla de Gaza y abatiendo a los terroristas infiltrados que aún permanecían en Israel, la escala del horror ha dejado claro que no hay antecedente que valga, al menos desde el Holocausto. Por, en contra de lo que se dice, lo discriminado del ataque, que priorizó la matanza, violación y vejación de ancianos, mujeres y niños, por el masivo secuestro de civiles, y por el escarnio al que se sometió a las víctimas al profanar sus torturados cuerpos, ejecutar a padres a la vista de sus hijos, y retransmitir todo esto en línea, colmando las cimas de la crueldad y la barbarie más absolutas.
Frente a este hito inenarrable de la historia de la infamia, la respuesta de Occidente ha sido por una vez inequívoca. Ahí están el comunicado conjunto de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia e Italia y la claridad moral de Von Der Leyen. Pero por el lado del Gobierno español, por el flanco de una izquierda que por atolondrada no disimula su inmoralidad, ¿qué respuesta hemos escuchado? Con los cadáveres de centenares de israelíes inocentes todavía calientes los medios han arrancado tímidos lamentos de algunos políticos de la "coalición de progreso", junto con el recordatorio airado de que ellos condenan todos los crímenes de guerra y defienden la legalidad internacional. Para estos representantes lo ocurrido no es sino otra estación más en el largo recorrido del conflicto, en el que lo único que parece realmente importar es el reparto de incumplimientos legales, con un Israel como responsable exclusivo.
Estas apelaciones indignarían, pero quizá cabrían, si los perpetradores de las masacres hubieran justificado sus execrables actos en una reivindicación de las fronteras de 1967 o amparándose en el derecho de autodeterminación. Pero Hamás no reconoce el derecho de Israel a existir, es más, su aniquilación es su principal propuesta política y en modo alguno ha vinculado sus acciones a una voluntad de hacer cumplir resoluciones de la ONU o precepto de derecho internacional alguno. Resulta paradójico además que los que vienen defendiendo aquí una interpretación de las leyes y la Constitución de forma laxa y a la carta restrinjan el análisis de la barbarie del 7 de octubre a un quebrantamiento del derecho internacional. De repente, los paladines de desjudicializar el mal llamado conflicto catalán ahora pretenden convertir en una cuestión jurídica ¡el conflicto de todos los conflictos, el Conflicto con mayúsculas!, con el empeño de un opositor a juez. ¿De verdad que la izquierda de "las mujeres", la conciliación y de los cuidados, la que hace tesis doctorales y mítines de horas sobre colegiales y picos no deseados no tiene nada más que decir sobre la ejecución, violación y secuestro de niñas, madres y abuelas? Los que hablan de ensañamiento en el caso catalán ¿qué opinan de los escupitajos sobre los cuerpos inertes de chicas jóvenes?
Estos portavoces utilizan el tamiz del derecho internacional humanitario, que cabe y es necesario en caso de operaciones regulares de ejércitos uniformados, como artefacto para poner en el mismo plano la tragedia de la muerte involuntaria de civiles como consecuencia de un ataque a un objetivo militar y la matanza deliberada de bebés, uno a uno, puerta por puerta. Saben -es inevitable- que en unos días el número de muertos civiles en Gaza superará por mucho al de israelíes, y están preparando el terreno para imponer su relato.
El relato de la desproporcionalidad. Ese comodín inmoral que siempre ha tratado a las víctimas como la puntuación de un marcador y que es difícil no creer que solo busca justificar el odio previo al judío. ¿Cómo si no entender el silencio atronador? ¿Cuál es el porqué de la omisión de la inmensa diferencia moral entre un Estado democrático que, con todos sus errores, excesos y desmanes, trata de evitar la muerte de civiles en sus ataques y una banda terrorista que tiene a la población civil más desvalida como principal objetivo, entre una sociedad plural en la que la violencia del Estado es rechazada de forma interna por amplios sectores y un satélite teocrático de Irán que utiliza a sus propios hijos como escudos humanos? Solo desde un acendrado antisemitismo se puede negar al Estado democrático judío la capacidad de defensa que se le reconoce a los demás. Aunque, ahora bien, quizá sea que los que eliminaron las diferencias entre abuso y agresión sexual del código penal con el resultado por todos conocido ya no sean capaces de discernir las diferencias de grado en el mal de entre la neblina de su ideología, y que la civilización es entre otras cosas distinguir entre lo malo, lo peor y lo abominable.
https://www.vozpopuli.com/opinion/judicializacion-mal.html
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