A cuenta de la Comisión de la Memoria Histórica de Santa
Cruz y catálogo. Si contra Franco vivo éramos unos pocos tirando a casi nadie,
ahora con esta locura son aún menos, aunque en el poder, para, con Franco
muerto, satisfacer profundos complejos psíquicos esmaltados de políticos,
siendo la desconexión con realidad y presente psicótica. Son parte de la elite política
profesionalizada, una suerte de camarilla incapaz de enfrentar con solvencia
una realidad social dinámica y creadora, proyectiva. Es tal su sectarismo
totalizante que interpretan su teatral denuedo partisano como parte de una
voluntad general, no siendo en absoluto así. Hasta donde yo conocí, su
antifranquismo permaneció muerto también, pero sin sospecharlo, latente
largas décadas, al atender aquellos opciones de vida real. Luego
se desató un antifranquismo sobrevenido o
atrozmente fosilizado. La mitad de esta opereta la hace un individuo
aislado en relación a su propia creación fóbica/erección satánica y está
asistiendo al psiquiatra. Si como digo el antifranquismo fue bastante testimonial (con represión), ahora
es todavía más raquítico y alucinado, ajeno a las “necesidades y anhelos de las
masas” (¿les sonará eso?). ¿Sabrán que contra el totalitarismo siempre hay
totalitarios simétricos? Contra el Sha de Persia estaban Jomeini y sus
guardianes de la revolución; Javier Pradera y Jorge Semprún, no precisamente
sospechosos, reconocieron que en los primeros tiempos no eran demócratas, luego
sí, pese pisar las cárceles franquistas.
Lástima también, por demasiado tarde, que ahora, en el año
2021, llegue la Comisión del catálogo de 80 símbolos franquistas, porque en
1980, en esa década, la siguiente, la del 2000, me visitaban familiares y
amigos vascos que se quedaban estupefactos con los nombres del
callejero/generalato de Santa Cruz. Hace no muchos años una trans-diputada con
lustros de emolumentos del poder decía en el Colegio de Abogados, herida de
acuciante antifranquismo fantasmático, que le daban ganas de coger una escalera
y derribar los letreros de las calles. En Bilbao los letreros de bronce que
reproducían el parte de fin de la guerra en el puente del Arenal fueron
destruidos, no recuerdo si aun con Franco vivo. A una sociedad sana no le
agobia el pasado, los fantasmas, las consignas anacrónicas, las recurrencias
delirantes, sino el presente y el futuro
(de progreso).
El tosco primitivismo de esta esmirriada casta, que se
representa a sí misma, ese estilo López Obrador de extirpación radical del
pasado político-administrativamente, con tanto maniqueísmo escatológico de
juico final anticipado, no solo agrede historia e historiadores sino a una
sociedad mayor de edad, que abomina las dramatizaciones teatrales de una casta
neurotizada. Con todo lo que odié a Franco, a él no le desprecié. ¡Dejadnos en
paz!
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