Un periodista con una trayectoria aparentemente sólida publica un análisis en el que pretende demostrar “el plan marroquí para ganarse a la opinión pública española”. Desconozco si tal plan existe, pero tras este artículo no puedo sino ser escéptico (2/8).
Tras darle estopa al “lobby del PSOE” y los “altavoces mediáticos”, el periodista (con experiencia en EFE y El Mundo, con lo que se supone no un becario) arremete contra los “intelectuales y trols”. Y aquí es cuando esto se vuelve personal, que si no, a qué vengo :) (3/8).
El primer “intelectual” (el entrecomillado es suyo) que cita resulta ser , aka el Emérito, aunque este “periodista” (¿jugamos todos?) lo confunde con José Luis Lizundia. Como es proclive a los atajos, no repara en la improbabilidad de que sea el mismo Lizundia (4/8). Y he aquí el problema de un cierto periodismo actual, haragán y farisaico. Tras continuar con la confusión de Lizundias, el “periodista” apunta que la editorial “no ha respondido a las repetidas solicitudes de información cursadas por este diario.” , se supone (5/8). ¿De verdad, Francisco? ¿Cuántas solicitudes fueron cursadas? Porque dado que ni siquiera te esforzaste en identificar al verdadero autor del libro que citas, también incorrectamente (es *declive*), resulta difícil de creer ese apego a las bases de tu oficio (6/8).
Y acabo. Asumiendo que tratases de comunicarte con la editorial, ¿con qué motivo?¿Por qué no contactar con directamente? ¿O es que tocaba aleccionarles o quizá compartir tus “hallazgos” para ver si se repensaban continuar publicándole? (7/8). Eguiar LizundiaEn fin, esto no es sino una anécdota, pero denota la dejación (¿y algo más?) de muchos periodistas. Si una historia a priori tan jugosa como desenmascarar a los “emisarios de Mohamed VI” no merece un mínimo fact-checking, ¿qué podemos esperar de otras "primicias"? (8/8).
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