Ayer en la dentista entró uno que me debía conocer mucho,
para mí, una silueta, ante mi cara de extrañeza, aunque adiviné de qué me
podría conocer, me dijo: del sindicato. Mi verdadero enemigo de clase. Seguí
mirando twitter en el móvil. Cuando estaba con la dentista pensé, no es propio de que con la educación tan excelente y tan poco aprovechada que recibí, me
comporte así. Al irme, me acerqué y le
di la mano. Ya no estoy allí, me disculpé. Ya sé, me contestó. Como me he
encontrado alguno más al tanto de mi situación triunfadora y de lo caro que les
salió mi despedida y cierre (ya me
gustaría), pensé “qué famoso soy”. Justamente con los que menos querría ser porque no existen. Me recordó la dialéctica del amo y
el esclavo de Hegel. Me reconocen (saben de mí, yo ni idea de ellos) quienes yo no reconozco, recuerdo y creo no
existen. Si me he quejado de incompatibilidad en otros ámbitos, en éste era
máxima, volví a pensar que se hablará de mí entre gente que en su mayoría
fueron bastante horror –no voy a entretenerme en explicarlo, estoy para
entretenimientos más dignos- y yo en cambio no ya no hablo de ellos sino que los tengo borrados de
la memoria.
Justo aquí recibo llamada de Marruecos, hablo con Driss y
Manolo me cuentan que la traducción de mi libro va. Me han hablado de otra
posibilidad, pero como es eso solo, queda ahí. Manolo tiene la cualidad de
alegrar siempre la vida.
Ayer lo estuve pensando a cuenta de que yo exista y ellos
no (los otros). Si fueran otros de más talla o talla mínima supongo que me produciría una
mínima satisfacción. Por ejemplo por lo que escribo, mis artículos, que los
hago como un orfebre, un alquimista, un maestro en algo muy delicado. No los sé
hacer mejor. Yo siempre recibo opiniones
favorables cualificadas, escasas pero cualificadas. Tampoco salgo de casa como
para que ilustrados me palmeen la espalda. Lo que me confirma mi valoración y me da
seguridad. A una edad y con formación y conocimiento uno sabe perfectamente lo
que hace.
La centrifugación y mareo con el tema catalán es algo de lo que estoy saliendo. Me fui a la
compra cuando la conferencia en Bruselas. Escribí mi columna, evito lo
candente, los primeros planos, la opinión sobre lo acontecido y voy a lo
subyacente, no me hago ese propósito sino que es lo que me sale. Quizá por lo
que detesto la opinión común, los que hablan de todo sin saber de nada, incapaces de aportar un ángulo
distinto, nuevo, una idea personal, un plus de conocimiento, algo que merezca
la pena escuchar.
Semiexpulsado del dantesco vórtice catalán he retomado mi
cuarto libro del Sáhara. Me pregunta XY, pero tienes algo más que decir. Sí,
este es el más novedoso. Todos los libros de los españoles que se han escrito
en realidad son un solo libro: el metarrelato. Lo que infunde y cataliza. Wittgenstein
me cae muy simpático, los libros, subrayados y no me acuerdo de nada. Creo que
se me han quedado algunos conceptos e
ideas, pero no para decir salvo las dos frases archiconocidas, “como decía
Wittgenstein”.
Una idea profunda, no había leído a Ishiguro, pero a cuenta
de él. Me confirma una idea, la literatura verosímil, de la vida, ha de expresarse en una
suerte de realidad literaria ajena a la
realidad del mundo empírico. El valor literario se alcanza en la lejanía de la
realidad humana descrita, en definitiva, en un trasmundo aunque emparentado. Por
ejemplo, los diálogos siempre son sorprendentes. Nadie habla así, ni piensa así
(bueno, el escritor), pero el resultado es óptimo, la vida real no vale mucho.
La literatura no deja de ser una rebelión contra la vida.
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