La verdad que en las tertulias me lo paso de maravilla. Apenas se bebe, muchos no prueban alcohol y no se pronuncia ni una sola frase que no sea intelectual, solo hay ideas. Parece como si los congregados esperaran ansiosos ese día para reunirse con sus pares y redimirse del mundo profano no intelectual en el que se ven obligados a vivir habitualmente. Bajo esas dos condiciones debería estar fuera de juego. Si me quedo de madrugada es bebiendo, y me gusta mucho no ser nada serio y decir tonterías: bromas, absurdos, provocaciones, romper conversaciones… todo para no aburrirme. Pues nada de eso ocurre con los intelectuales, no sale ni un solo tema cotidiano o ligero. Ni se habló del frío.
Lo más liviano fue el crowdfounding. Ayer calculé unos 5 kilos de libros entre todos sus portadores. El catedrático nunca se presenta con menos de cuatro, libros de 7 cm, los llevan de 800 páginas para luego leer 4 líneas. Ayer estuvieron supersabios; la verdad, sentí envidia. ¡Cuánta Grecia!: pensamiento, historia, organización política, social, pormenores de Platón, toda la geografía. Siempre presumo de que sé y me gusta escuchar, que termina en cuanto me veo precisado a refutar y argumentar, incluso con los argumentos que deberían enfrentar a los míos, como le reproché a Andrés.
No hay lugar en el que me sienta más inspirado y cómodo que en el Oliver. Escucho y se me escucha, provoco, hice algo reír, me pongo elocuente, categórico, voy a lo personal, distorsiono, anatemizo, me meto con mi queridísimo Juan Pedro, el catedrático y con todo el que se ponga a tiro.
Después del S V aC en Grecia con la entronización del logos, del pensamiento científico, el hito más importante de la humanidad fue la Reforma protestante, con la instauración del principio de la responsabilidad personal a cargo de luteranos y calvinistas, que se tradujo como onda expansiva en la revolución americana, declaración de derechos humanos y constitución de Virginia, y su definitivo entronque cultural y sociológico.
A Andrés parece que le molesta que demos esa dimensión cultural y sociológica a la religión.
-No monopolices la religión –le digo- en el sentido que te interesa, de mensaje salvífico, evangélico, de vida espiritual comprometida. Lo que tendrías que hacer es defender el catolicismo, y ya que tú no lo haces, lo haré yo –y me pongo a argumentar contra mí- . Aunque considero superior el protestantismo, no podemos olvidar que el catolicismo es la religión del perdón, la compasión, la fraternidad, una religión matriarcal, ecuménica, de igualdad.
-Qué te parece el islam- me pregunta Juan
-La verdadera religión, ninguna se puede comparar a ella- vuelvo a contar como tuve la antirrevelación en el tercer banco de la Iglesia de los jesuitas de Bilbao, pero que no obstante aunque no sea creyente - ni ateo ni agnóstico que siempre me han parecido palabras para matices estúpidos, si no eres creyente no necesitas nada más, ni te importa-, respeto muchísimo el hecho religioso. Pero que de todas formas a pesar de mi projudaísmo, yo soy católico y que no pienso renunciar jamás a ello, un católico cultural educado en el catolicismo. Además mi madre es muy católica y yo como Albert Camus jamás traicionaré a mi madre, y a los Kennedy, que también eran católicos.
Salimos de madrugada y me dice Andrés “vienes el lunes a un acto religioso”
-¿El de la capilla con la luz de un flexo, al que fue mi hermano?
-Sí.
-¿Tú no paras de hacer proselitismo?
-No
-No me interesa lo más mínimo- No le conté que yo me hice los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola también con todo el efectismo de la capilla y la luz del flexo, cuando era un adolescente que ya había perdido la fe. Fue la semana menos espiritual de mi vida. Recuerdo todo lo externo de una manera muy vívida, pero nada interno.
El mundo con Dios o sin Él era el mismo. Estaba próximo a abrazar el marxismo, una religión más
siderúrgica. La casa de ejercicios estaba en Portugalete a menos de dos
kilómetros de los Altos Hornos de Vizcaya. Pero mi habitación daba al Puente
Colgante y al Abra.
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