sábado, febrero 21, 2015

De Sevilla a Cádiz


Tengo ticket hasta Sevilla de momento, pero ya hay un preludio de conflictividad. En los 90, cuando vivíamos casi en comunidad con Al, Serena  y demás, y teníamos tantas fiestas  se dieron también algunos desajustes. En todas las comunidades -comuna no era- se producen desencuentros y celos y  yo ideé una frase de notable éxito que era que se daban en muchas situaciones
Polos de conflicto/Campos de tensión/ y problemática de conjunto
Que  siempre la decíamos, como si fuera nuestra contraseña, y que era muy aplicable.
La frase nuestra ¿es aplicable a Cádiz? De manera preventiva sí.
Normalmente hago siempre lo que quiero, salvo cuando excursionamos como lo hicimos a Bilbao el 2013. Allí era anfitrión, aunque  el segundo que mejor conocía la ciudad. En esas citas amistosas yo siempre me someto al grupo y paso de hacer casi siempre lo que quiero, a hacer lo que deciden los demás. Abdico  de toda decisión,  a lo sumo una propuesta, y cedo siempre. Ocurre que muchas veces se hace lo que yo no haría, otra variante,  lo que carece de mayor importancia.
En Sevilla donde llegaré al anochecer, sí quiero estar solo. En mi atlas –vamos a dejarlo en geografía- sentimental Sevilla está en la cúspide. Fui verdaderamente feliz, como nunca antes lo había sido, ni sería y acabó conformando (y salvando) mi vida. La segunda vez,  más de 10 años después la magia se reeditó en todo su esplendor. Las  siguientes ya fueron ensueño y fotos que perdían coloración a malva. Pero queda el símbolo, aquella ciudad que tanto amé,  me hice muy sevillano (sin adoptar ni una sola de sus características aclaro),  y tan feliz fui. Hice amigos, podías salir solo que siempre te encontrabas con alguien, bilbaínos con prorrogas éramos legión y nos conocíamos ya. Tuve hasta bici, amigos de mi cuerda, vivía con un troskista navarro y un anarquista catalán y música: Pink Floyd del vecino del ático y al grupo Triana de las noches consumidas en Los Patios, que ya en 1992 no existían.
Por tanto hay demasiadas esquinas, barrios, bares… en Sevilla para agónicamente seguir huellas y nutrirme  de ellas, que solo tienen importancia para mí.
Si se llega a Cádiz, que será por  la normalidad absoluta, el panorama urbano cambiará radicalmente. He estado dos veces en Cádiz horas, las dos veces me sobró ciudad y tiempo.
Hace unos años en Mijas, en mi muy restringido (lapsos) “trienio tangerino”,  me dice Al: “Joe, mañana tengo que ir a Cádiz, te vienes”. Acepté igual que unos días antes ir a Córdoba, donde finalmente visité la Mezquita, que me entusiasmó. Aunque no con la conmoción de la Alhambra.
Tenía tres horas o así para estar en Cádiz así que decidí verla entera. Todas las ciudades que he visitado siempre he tratado de conocerlas enteras. He realizado auténticas burradas caminando. La  última vez en Nueva York nos recorrimos todo Manhattan caminando en dos días, desde el límite norte de Harlem hasta Battery Park.
Cádiz es como un arrinconamiento de lo andaluz fuera de su continuidad territorial en un enclave atlántico, lo que le produce cierta erosión, abandono, desdibujamiento, más que idea de periferia. Un gran  receptor de  salitre y viento atlántico. La parte vieja es una ciudadela con puerta y muralla perforada para el tráfico, que no dice gran cosa. Dentro la arquitectura andaluza parece imitar a los pueblos del norte de su provincia. Un zaguán por aquí, las rejas por algunos  lados, no faltan las baldosas y en sus estrechas calles la vida literalmente  languidece. No son Sierpes, ni Larios en Málaga. Falta algo. Tampoco vi patios. Está habitado, aunque parece que poco. Me aposté en una plaza central a ver si recibía alguna sugerencia, intuición, asociación, sensación…. No recibí nada. No vi ningún bar, que aunque no entrase me quedara mirando, que suelo hacerlo a deshoras. Seguí deambulando por el interior, sin que nada me llamase la atención o creyera ver algo infundido de cierta poesía, hasta que llegué a otra plaza donde había algunos turistas (tipo catalán) y se alzaba esa iglesia monumental que se ve desde las Azores los días de buen tiempo. La Iglesia, catedral o lo que sea tiene una cúpulas, que parecen ser coetáneas y prolongación del muro del atlántico con el que Hitler fortificó la costa  francesa con búnker gigantescos.
Un gigantismo eclesial deslavazado y agreste, con cuya piedra se podría haber construido un puente a Tánger. En esta city semiamurallada uno puede encontrarse su núcleo lumpen proletariat y supongo que cualquier tipo de sustancia ilegal. La típica barriada de los años 50, tal cual quedó, pero en el centro histórico. Sociología  degradada a estadística.  Necesito más  salitre, por lo que salgo al perímetro que rodea  la ciudad originaria. De repente una casa de baños de madera que parece traída de Biarritz en la playa baja (para diferenciarla de la de los acantilados). La ciudad por fin empieza a  ennoblecerse, las playas que estrangulan el casco viejo son de arena dorada, alguna media rada acoge pequeñas embarcaciones que se mecen como en una  siesta, y aparece otra prolongación de la prolongación, el chicle se estira. ¿Cómo puedo desprenderme de manera telúrica/tectónica de cualquier lazo con Al Ándalus?, pues haciendo fortalezas militares en pequeños promontorios  más lejos del continente. Tomo el lado oeste para ir hacia el norte. Alguna facultad, jóvenes, un gran parque sobre el mar y ya empieza el adoquinado de la calle, en la única zona noble de toda la ciudad y que yo recordaba de la primera vez. Pero tiene un hándicap que no debería serlo, porque justo ahí se abre la bahía de Cádiz muy amena de embarcaciones. Digo hándicap porque esa bahía de Cádiz exuda tanto lirismo, tanto marinero en tierra y gaviota, que parece una bahía-instituto. Una bahía recitadora para las parejitas de letras más sensibles y empalagosas.
Paso por el alto de un tramo de muralla, no hay nada, por lo que miro al cielo, so riesgo de caerme,  por si se ve alguna gaviota. Aunque sea la de algún verso del poeta y la bahía.  Llego al puerto. ¡Ah, un puerto sin barcos!, por fin puedo observar  a placer todos los metros  de  atraque de que disponen para pintadas y grafitis, que no hay, la única vida la ofrecen las rutinarias mareas. La plaza del Puerto está vacía y se ven  carteles de Berlitz e idiomáticas, una moderada cuesta me saca de la ciudad semiamurallada, el puerto y la estación quedan a la izquierda, abajo. Soy libre, creo. Ante mí el istmo, el ensanche. Enfilo ahora el sudeste, por la orilla. Resulta que desde la  ciudadela semisumergida se gana bastante altura en la zona moderna o  más bien “desarrollista”. La playa ahora yace al fondo del acantilado de cemento armado, con bañistas diminutos por la altura. Son incalculables los metros cuadrados de cemento que suben de la arena a la calle costera. Habrá días de mar gris que con el cemento del talud la arena  parezca un río.
El frente de   casas de la playa son anodinas con pretensiones, e irregular. No hay árboles ni barandillas repujadas, ni farolas de época o diseño. Es tal el aburrimiento que me invade que decido coger la paralela, la de entrada y salida a la ciudad, la calle columna vertebral, donde están las paradas de autobuses, los vendedores de lotería, los  contendores   de recogida de basura, círculos de parados y  sucursales bancarias, amas de casa, carteros, repartidores, Se ve de todo menos árboles, parterres, cuidados, casas bonitas. Me recuerda mucho a las afueras  de  Burgos hace 50 años o a la calle Doctor Esquerdo de Madrid.
Decido asomarme  a la costa de Normandía otra vez, la playa abajo, y la cosa no mejora sino empeora.
Salgo nuevamente a la calle –carretera- gran vía-columna vertebral, la otra acera parece menos inhóspita, y voy caminando al final de la ciudad donde me recogerá Alfonso para regresar a Mijas. Entro a un bar  de Vallecas a tomar una  cerveza y me dedico a mirar, hay unas madres jóvenes  que hablan sin gracejo alguno. No son Paz Padilla precisamente.  El bar está en un entrante que hace la calle y que se agradece, pero no veo nada bonito, ni bares ni casas, plazuelas...
Esta calle de las afueras de Burgos pero de mucha mayor altura te encierra, no hay nada que te pueda evocar el mar que está al lado, vuelves a sentir la necesidad de salitre, que para eso estás en Cádiz.   
  La cita de Cádiz al parecer se ha tornado algo problemática. Mi idea es pasar buenos ratos con amigos y  no convivir 24 horas y habrá quien tenga que trabajar.
Aunque hay otra opción, que ni siquiera llegue a Cádiz, que creo haber demostrado conocerla.


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