domingo, febrero 15, 2015

Carnavales y mi expulsión más digna

Les vi por el espejo del bar que entraban y se situaban detrás y cerca de mí. Estaba en el Atlántico y hojeaba el Día, tenía El País, había bajado caminando, pasado por Ofra y muchos barrios y me hice todo el paseo marítimo de Puerto Hondura al Náutico, dos horas.
Hacía sol y evidentemente iban vestidos de mujer, con tacones gigantes y música. Todos estos del carnaval se parten de risa antes de que consigan alguna sonrisa, están persuadidos que ya con el disfraz hacen muchísima gracia, Jamás he visto menos sentido del humor  en mi vida. Tan sosos y patéticos.
Cuando les vi entrar, para mí era como si metieran las sillas que todas las mañanas  a primera hora saca el Rapsoda, ya esperé el abordaje. Por lo que empecé a buscar a la madre de Rapso para pagar e irme ipso facto, pero no aparecía. Pues dejo dos euros  o 10 pero yo me voy, y además sin dirigirles una mirada.
“Qué dice el periódico”, lo cierro, me levanto, le miro, cara sonriente  de  carnavalero-ja-ja-ja,  fraterna y ojos desprovistos de alcohol, pero pintados como les gusta, le contesto “nada” y le doy la espalda, masculla algo, pago  y salgo sin mirarles.
Llego a casa: “me han vuelto a atacar los del carnaval”. “Qué raro”. Durante muchos años, pero muchos, bajé a los carnavales, pero jamás disfrazado. Lo que constituían un reclamo para las mascaritas, y su guion escrito,  previsible y robótico. Lo que no sabían ellos que pese a mi pinta me pillaban bebido, y siempre provocador. Les decía que eran muy graciosos, por ejemplo. O les besaba. Una vez con un martillo de goma que llevaban les di martillazos en sus  cabezas. No salían de su asombro. Me rescataba XY que se ponía  bailar conmigo y a sonreírles con su simpatía innata y tropical. Salvo la época de Al y Serena, siempre solos. Y ese escenario lascivo, sugerente de posibilidades, esas flechas de sexo orientadas  al exterior, lograban el efecto contrario, revocar el estado civil y reconvertirnos en novios ansiosos. Era un estímulo terrible. Nos podían haber echado del carnaval.
Tenía una historia completamente olvidada. Así como alardeo de mis expulsiones  de discotecas, por comportamientos etílicos rechazables, una vez lo fui por el sexo y de una plaza pública de un pueblo de Vizcaya.  No teníamos aún 20 años. Salía con una chica que  estaba a muchas  yardas sobre mí en absolutamente  todo. Nunca he sabido que pudo ver en mí, porque hasta  bebía (que podía ser mi única baza) lo mismo que yo. A finales de los 60 en los bailes de las plazas de los pueblos de mi país, tenías que pagar (2 pesetas o así) y te ponían un número  en el pecho. Iríamos al cine a la primera sesión, bebido, tomado el tren y al pueblo aquel: Durango. Como estábamos todos los días  y en todos los sitios de arrumacos, besos, metiéndonos mano sin parar…, nos pusimos a bailar de una manera muy excesiva. Ella era mucho peor que yo. Éramos de la capital y liberales. Nos echó del baile el de los tiket y fuimos reprobados por el público. En el tren de vuelta nos resarcimos, no funcionaban las luces. Por cosas así no te metían en el cuartelillo de la Guardia Civil, como gustan decir sin ningún conocimiento los antifranquistas sobrevenidos décadas después de muerto el caudillo, y los antifascistas actuales despistados sin fascismo. En el franquismo hubo mucho margen para desentonar. Otra cosa eran  los timoratos.
A XY le debo  también el conocimiento del País Vasco, antes de conocerla creía que todo era natural y de la única forma posible, todo venía dado, preexistía y era como había sido siempre, hasta que me hizo ver que no.
Aparte de ponderar mi villa,  dijo  "los vascos no bailan, saltan", lo que había dicho más o menos Sabino Arana.
Sentenció Max Aub que uno es de donde ha hecho el bachiller, yo podría decir que  uno es de donde ha pasado las primeras fiestas, y las mías son las  vascas:  alcohol, la enormidad, fraternidad, comunitarismo , desmesura y  con el alcohol llegaba a  las mujeres.
Hoy he vuelto a bajar al centro caminando; frente a El Capricho los 40 Principales, y dance que  es la música que más me gusta,  ayer a la tarde anunció un locutor que hoy estaría en Tenerife. Miro a las jovencitas, pero ya no hay deseo en mi mirada. O muy poco. A este paso no voy a ser ni viejo verde.

Voy  otra vez al Atlántico y me  encuentro  con  mi colega  el Rapsoda, que  lleva un sombrero de paja de feriante, de Alcalá de Guadaira por lo menos. Le digo: “Que te parece que aprovechando tu pinta te haces pasar por socio del casino  nos colamos y nos tomamos una cerveza tranquilos”.  


1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo correcto, todo muy 'kitsch'. El esnobismo es un pecado capital de la nueva era, en la que te mueves como nadie, en esa 'honda' que perpetraste en otro blog.
Estudia.